La lectora de Saramago

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Hoy, 22 de diciembre, es el día de la espera. Miles de canicas de madera tatuadas con un número hacen cabriolas dentro de un bombo grande, una prisión que va liberando, una a una, las pequeñas esferas que llevan en su interior la dicha y el gozo que puede dar el dinero a quien lo necesita o la satisfacción a quien vive para amontonar oro. El tiempo es frío, la suerte va calentando el ánimo de los que sueñan y ven la bolita con su número y la otra bolita con miles de euros. Las personas de este Centro Cultural, propiedad de la política social del ayuntamiento, viven ese ambiente endulzado con el cántico monótono de los niños de san Ildefonso y los mazapanes, regados con algunas gotas de licor, de las fiestas que se avecinan. Las guirnaldas de todos los colores están repartidas por cualquier parte y no podían faltar las bolitas verdes, rojas, azules, plateadas y doradas que cuelgan radiantes de un abeto con poca altura. Todos, sin excepción, juegan el mismo número y comparten el regalo que la diosa Fortuna puede traer para que sus vacaciones se engalanen con una dicha que podía caer como el maná que bajó de arriba, la generosidad del cielo a la tierra.

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Y es que Briseida duerme mucho, demasiado, pero sueña aún más. Tiene la habilidad de enlazar sus sueños. Pueden pasar noches y ella, haciendo un esfuerzo, concentrándose, cada noche la cuesta menos este trabajo, consigue esa extraña capacidad para unir un sueño anterior y prolongarlo en su siguiente jomada onírica. Lo lleva haciendo al menos cuatro años. Empezó este juego, no sabemos por qué, cuando salió de su primera visita al psiquiatra de bata blanca y gafas redondas.