Maestros: El vitalismo de Nietzsche

Leer a Nietzsche es entrar en la crítica, en la polémica y decir no cuando lo cómodo, por tradición y costumbre, es decir sí. Pero, precisamente, esa tradición, esa repetición de siglos, arropada por la filosofía griega y por el cristianismo, obligó a Nietzsche a escribir, entre otras muchas obras, su “Así habló Zaratustra”, libro “para todos y para nadie”, en el decir del autor, con el que realizó una parodia de la Biblia a fin de transvalorar todos los valores vigentes. Porque, como veremos, esa será la esencia de su pensamiento: una bella exaltación de la vida en la segunda mitad del siglo XIX (Nietzsche nace el 15 de Octubre de 1844 para morir, con la carga de la enfermedad mental, el 25 de Agosto de 1900).

Es un filósofo para el que la filosofía es una mentira, una ilusión y, además, perjudica nuestra propia vida: nos han obligado a ser felices de una forma determinada y hay que estar en guardia con las teorías y buscar la praxis vital. En todo ser humano existen dos impulsos, dos formas de creatividad: lo apolíneo (recordar al dios Apolo) con su manía por el orden y la belleza formal y, por otra parte, lo dionisíaco (en memoria de Dionisos, dios del vino, el Baco latino) simbolizando la música y la fiesta, la embriaguez. Pero ¿con cuál de los dioses nos quedamos?. Es evidente: Dionisos, ya que “yo amo la vida y todos los mares profundos como los ama el sol y esto es para mí el conocimiento”, nos asegura el pensador. Lo primero es la vida, enamorarse del aquí abajo, del aquí y ahora…, esperanzarse en otros lugares mucho más allá, es como el porvenir de una ilusión que escribía Freud. Amar la vida es manifestarse como somos: “todos los instintos que no pueden descargarse en el exterior se vuelven hacia el interior” y esto lo saben muy bien los psicoanalistas. Esta es la teoría del superhombre, de la superación. Así dice Zaratustra: “Yo predico el Superhombre, el hombre es algo que debe ser superado”.

¿Cómo llegamos a gozar este vitalismo, a ser auténticamente humanos, despojándonos de la hipocresía? Con una nueva moral, nuevos valores. Dejemos hablar a Nietzsche: “Mi principio: no se dan principios”, o estos comentarios tan escandalosos para mentes puritanas o poco “buenas”, en el buen sentido de la palabra bueno, que decía Machado, comentarios como estos: “Dios ha muerto, hagamos que el Superhombre viva”, “el concepto de Dios ha sido hasta ahora la gran objeción contra la vida”. Para ello, “nosotros, filósofos y espíritus libres, ante la noticia de que el viejo Dios ha muerto, nos sentimos como iluminados por una nueva ahora”, podrá, ante alguna mirada de ojos cansados, aparecer como inmoral, pero nunca como amoral: “lo que Nietzsche pretende es poner otra moral: la moral de la vida”, nos asegura Hirschberger, un historiador de la filosofía occidental, alemán como Nietzsche pero católico. Este es su gran mensaje: la exaltación de la vida, del instinto, de la pasión…

Con nuestro filósofo soñamos en una nueva aurora, con los puentes del superhombre…, no es vida el estar amarrado en el mismo puerto toda la existencia, en el puerto donde se afirma que la vida es sólo sueño, breve camino…, o que el cuerpo es malo y el goce pecado. Hay que decir sí a la vida y abandonar las renuncias, dejar libre el corazón y sentimientos tantas veces encarcelados entre los muros de la lógica. Escuchar esas “razones” del corazón que son el vivir feliz y el apego a nuestro mundo. Y para ello hay que cambiar todos los valores establecidos.

En fin, Nietzsche no fue escuchado en su época. Pasaron más de cuarenta años hasta que se hicieran estudios serios sobre su obra, pasó mucho tiempo para rescatarla del Índice de libros prohibidos. Hoy está ahí como uno de los grandes pensadores del siglo XIX. Con él los viejos dioses de siempre, en posesión de los de siempre, caen en el olvido…, el arco iris de la fiesta y de la vida da color y calor al hombre que no quiere sino ser feliz.

Ubaldo Fernández

Profesor de Filosofía