A propósito del genoma humano

Que el ser humano haya recibido críticas por parte de la naturaleza y su orgullo se ha tenido que humillar ante el descubrimiento científico y el pensamiento filosófico, no es nada nuevo. Si, brevemente y como no puede ser de otra forma en un corto espacio, nos acercamos a los grandes hitos de la historia del pensamiento, hacemos patente esos desengaños que nos han despertado de sueños dogmáticos encadenados a los siglos. Recordamos a un Aristóteles que, como si poseyese el don de la ubicuidad, se encontraba en todas partes solucionando todos los problemas por muy diversos que fueran: recordamos aquello de “magíster dixir”, referido, cómo no, a él.

Cuando el magisterio de la Iglesia creía tener a Dios en el bolsillo y la única solución posible venía de la Biblia, entonces llega un momento en que el edificio se resquebraja y es que el hombre empieza a salir, como diría Kant después, de su minoría de edad. Hagamos memoria de algunos momentos de estos despertares y nuevos amaneceres en la perspectiva del conocimiento.

Copérnico, por empezar con un orden mínimo, nos apartó de ese centro que parecía ser nuestro en el universo: ya no todo gira a nuestro alrededor, ahora giramos nosotros como esclavos del sol… y Copérnico tendrá problemas, porque la Biblia – sobre todo el pasaje de Josué «deteniendo» al sol – no se adaptaba a su descubrimiento. Y Galileo disputará con la Inquisición por dar la razón a Copérnico. Y vendrá Newton y llegará Hume afirmando que lo único válido viene de la experiencia y lo demás es pura superstición. Pero, dejando imperdonablemente mucho en el tintero, creemos que, a partir de la Ilustración, en la Modernidad, es cuando el hombre cae de su pedestal herido de muerte.

Darwin nos sorprende al  firmar que venimos de especies inferiores y somos un animal más en la cadena evolutiva. Pero si Darwin nos descubre el exterior, Freud viaja a las profundidades del hombre y emerge advirtiendo que somos un contenedor de complejos, impulsos, traumas y más que pensar somos pensados por esa parte inconsciente que no podemos evitar. Así es nuestro interior. Pero, como se ha dicho que somos animales sociales y racionales, ¿qué pasa con la sociedad?. Pues precisamente de racionales tenemos poco, ya que, si leemos a Marx, la historia es la historia de la lucha de clases, es decir, que nos hemos pasado la existencia pisoteándonos unos a otros, aunque siempre sean los mismos los que pisan fuerte.

Y, ¿qué le espera entonces al hombre?. Nada, porque nos dirá Nietzsche que «Dios ha muerto, hagamos que el superhombre viva» y así abrirá la puerta al existencialismo y la vida será absurda y nos produce náuseas… parafraseando  a Jean Paul Sartre.

No nos deja más tranquilos la ciencia. El siglo XIX avanza imparable y frente a ese universo ordenado que quiere Einstein-«Dios no juega a los dados» le replicaba a Heisenberg -,estaba la física cuántica y ese principio de incertidumbre que nos habla de azar y de que las leyes físicas no caminan por ese sendero paradisíaco que se habían empeñado en predicar desde los púlpitos. Y así la ciencia se debate a lo largo del siglo XX con unas luchas internas para indagar la forma adecuada de conocer lo que somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Así tenemos la filosofía de la ciencia con Kuhn, Lakatos, Feyerabend Popper… y físicos más populares como S. Hawking. En estos momentos vivimos en un nuevo despertar y un pensamiento que vuelve otra vez al hombre en el intento de saber más sobre nosotros y conocer lo que somos. Ahí está el Genoma humano con menos de 30.000 genes (y no los 100.000 que se creía),ahora hay que descifrarlo. Y en eso están. Pero las repercusiones filosóficas son de la máxima importancia.

Descifrar el genoma humano, cuyo comienzo fue 1990, es avanzar a corazón descubierto, es nuestra ficha de identidad. ¿Nos exigirán esa ficha en una entrevista de trabajo para conocer de antemano si vamos a cumplir adecuadamente esa función que nos piden? Las clonaciones son posibles y, amenazan el futuro, ¿tendremos «hombres a la carta» ,como escribió J. Sádaba en un reciente libro? Esperemos que mentes extrañas con poder e ideas poco brillantes no aparezcan y nos quieran uniformar en una raza única, pues este descubrimiento del genoma puede realizar estas y otras acciones inimaginables.

¿Y el hombre? Como antaño, vuelve a caer del pedestal, pues no estamos tan lejos de las ratas o de una simple mosca. Pero no es negativa esta nueva caída, al contrario: nos conocemos mejor y si este conocimiento se dirige racionalmente nuestra vida puede ganar en cantidad y, sobre todo, en calidad. Podremos curar enfermedades terribles que hoy nos acechan, pero no es cuestión de vivir mucho sino de vivir dignamente. Este debe ser el objetivo: la vida digna. Y podremos aumentar la producción de alimentos. Perfecto si así comemos todos. Conocer el genoma debe ser aprender a saber vivir y también saber morir.

En nuestras clases de filosofía hemos hablado de la libertad muchas veces. Es un tema que no escapa de nuestra mirada y de ella decíamos que hay una genética que nos condiciona junto a un medio ambiente que no podemos evitar. Siempre hemos insistido, dentro de nuestra ignorancia, en la influencia genética. Pero quizá tengamos que cambiar un poco nuestra insistencia en la herencia: el genoma nos descubre que es más influyente el medio que nos rodea. Es un respiro de libertad. El medio, la circunstancia de Ortega, puede variar a lo largo de nuestra vida y quizá no sea tan asfixiante como lo describía Skinner con sus estímulos-respuestas. Vemos, entonces, que todo avance científico tiene unas implicaciones filosóficas que hacen girar el rumbo de nuestro sentido de la existencia.

Así y todo, seguiremos con la esperanza en al ciencia, con la esperanza de una ciencia humana que vele por nuestra dignidad auténtica. Esperanza de salir de aquel error al consideramos reyes de la creación, porque no olvidemos que, cuando hay rey siempre existen súbditos y, según nuestro genoma no hay por naturaleza ninguna diferencia que haga justificar esa división (parece ser que nuestra diferencia no está en los genes, sino en la interacción de los genes).Por algo decía el bueno de Machado que «nadie es más que nadie».

Ubaldo Fernández

Profesor de Filosofía