Biografía

En los primeros albores de los años cincuenta, bajo el signo de libra, me ayudaron a nacer en un pequeño pueblo, Anchuras de los Montes, tierra de Don Quijote, es decir, Ciudad Real.

En este pequeño pueblo aprendí, con la enciclopedia Álvarez, los primeros pasos para poder caminar más tarde en el mundo del pensamiento. No podía faltar en estos años la sotana roja con roquete blanco para el monaguillo que ayudaba en la misa de los domingos, junto con más compañeros, al cura que, expresándose en latín, aburría y anestesiaba a un público que acudía más por obligación, reflejo de la situación político-religiosa del país, que por devoción o creencia. Y el señor cura se empeña en que hay que buscar una beca para que este monaguillo estudie en la capital, en el Seminario.

Con once años, me examino para conseguir una beca. En agosto de ese mismo año, 1964, viajo a la capital para hacer un cursillo de dos semanas, interno en el Seminario, durante el cual los curas observan y toman nota para ver qué chavales pueden entrar a estudiar con ellos. Como me aceptaron, tuve que abandonar el campo de jaras, tomillos y romeros y cambiar los cielos azules y el silencio sonoro del día y la noche por el ajetreo y bullicio de la capital.

Pasé de mi libertad y carreras por el arroyo y los montes a enjaularme en un edificio muy grande, inmenso para un niño, con madrugones, misas, comuniones, gramáticas de castellano, latín y, poco después, griego. Cinco años de Humanidades y tres de filosofía escolástica con Tomás de Aquino como referencia para todo. Y, en el año 1972, les dejé y me vine a Madrid. Era la época en que empezaba el primer COU y la primera Selectividad, una época de cambios y de movimientos estudiantiles. Y yo, que venía de perder la vista en las llanuras sin fin de la mancha, fijé mis ojos para matricularme en la facultad de Filosofía y Letras de la recién construida Universidad Autónoma. Entre maravillosas clases de Alfredo Deaño, Javier Sádaba, Carlos París, Tomás Pollán… y entre horrorosos uniformes militares, galones y estrellas de distintas puntas, me licencié en esta especialidad, es decir, “en el ser y la nada”, como alguien dijo, en Filosofía Pura como se llamaba entonces.

Me esperaban cientos, miles de alumnos. Y me gustaba la profesión, aunque, a veces, en los primeros años en la enseñanza privada, la diferencia de edad entre los alumnos, sobre todo los que repetían curso, y yo era muy poca y eso podía ser un problema. Clase tras clase, experiencias nuevas, nuevos cursos, nuevas caras…, un año y otro y otro…, hasta que, empachado de la enseñanza privada, después de una oposición, entro a la enseñanza pública. Otro mundo, otras vivencias.

A finales de los años noventa empecé a seguir a Saramago en sus novelas y no le he dejado todavía, aunque ya no pueda sorprenderme con nuevos escritos. Sigo leyendo a los filósofos, que es lo mío. No puedo dejar de escribir. Sobre Saramago, artículos que me piden, materiales didácticos, narraciones cortas… En estas labores estoy y estaré hasta que las circunstancias o la vida me aparten de esta línea.

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