Fragmentos en torno a Saramago

[…]  Sentido común y bondad para que el mundo no pierda todos sus colores y perfumes, para que deje de ser nuestra vida un sueño de libertad, una prisión al aire libre. En esta línea, La Caverna es una catarsis, una purificación, para abrir los ojos de par en par y éstos puedan distinguir lo real de lo virtual, lo lógico de lo absurdo, lo humano de lo salvaje. La idea de respeto al otro, no cosificarle, sería una conciencia para cambiar algo en el mundo. Profundicemos en La Caverna para despertar de la ceguera mental. Leamos más allá del lenguaje. […]

 […] Ya lo hemos mencionado, en este recorrido por la vida y obras de Jesús, Saramago trata de bajar lo divino a lo humano. Cristo es un hombre y, además, culpable. Un hombre que delata la maldad de Dios y que al final lo concibe todo: “entonces comprendió Jesús que vino traído al engaño como se lleva al cordero al sacrificio, que su vida fue trazada desde el principio de los principios para morir así, y, trayéndole a la memoria el río de sangre y de sufrimiento que de su lado nacerá e inundará toda la tierra, clamó al cielo abierto donde Dios sonreía, Hombres, perdonadle, porque él no sabe lo que hizo”. Nos percatamos de una simpatía entre el autor y su protagonista, pues también éste duda de la bondad del Dios bueno. […]

[…] “Dios es el silencio del universo, y el hombre es el grito que da sentido a ese silencio”. Aquí está su ética buscando un sentido para soportar un mundo que, ya desde el lejano amanecer del diálogo humano, se nos escapa de las manos. Dios es el silencio, es decir, no es. El hombre clama, se desespera ante el sinsentido. La búsqueda de unos valores que nos humanicen, una ética inmanente con la que podamos habitar en paz este planeta. El código, la orden, no puede venir de fuera, porque es nuestra lucha por unas declaraciones de derechos humanos que sí están escritos por los de aquí. Saramago se sacrifica por muchas causas justas. Esta ética está separada de Dios y desde el ateísmo camina hacia la justicia. Una ética, “la mujer más guapa del universo” en su decir admirando de nuevo a la mujer, en la que “no tengo la obligación de amar a todo el mundo, pero sí de respetarlo”, dirá en México en 1998. Ya sale a nuestra mirada un valor inevitable: el respeto. “Haz a los demás lo que querrías que te hicieran a ti”. Es su intento de dar un sentido ético a la existencia. Es una revolución en la que nos gustaría manifestarnos, la revolución de la bondad, porque Saramago a pesar de su pesimismo (el ser humano no tiene remedio), alberga una ilusión: “la mujer es la parte de la humanidad en la que todavía tengo esperanzas”, como ya dijimos antes. En cada una de sus novelas hay una historia de amor y esto es un claro indicador de un sendero a recorrer.[…]

[…] De nuevo la prosa saramaguiana alza el vuelo descansando sobre una imaginación, ebria de sueños, que hace de lo grave lo natural. La parca, engalanada de mujer, nos exhibe la tesis con la que debemos comprender que vivir implica morir, que la eternidad en nuestra casa es un caos insufrible. Es una mujer en diálogo con su vieja guadaña, una mujer a la que tememos tanto que olvidamos el más acá, que pasa y pasa como las manecillas del reloj, para embobarnos con el misterio del más allá. Y mientras el río de la vida fluye sin gozar del olor y color de sus riberas. Hay un lema claro: “humanizar la muerte”. Tanto llega Saramago a normalizar a esta dama de huesos y guadaña que se siente superior a ella: “estoy jugando contigo”, dice el autor de Las intermitencias de la muerte.[…]

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