Fragmento del cuento “El sueño de las palabras”

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Ya sabemos que Ana es tímida, pero no ignoremos su tesón. Ahora, después de la temporada en este rincón encantado de libros, su casa y la biblioteca de ayuntamiento, que prolongan su vida y la desplazan de una sitio a otro con el mismo olor de hojas impresas y polvo en las estanterías, ahora, decimos, ha mirado su cuerpo, de arriba abajo, después de la ducha. El espejo, que no miente nunca porque es el dios de las transparencias, le ha devuelto su imagen y ella, para mejor conocimientos de sus carnes, se ha colocado las lentillas y la vemos, más bajita todavía pero bella, sorprendiéndose de esos pechos que han bajado un poquito, las caderas parecen más redondeadas, la piel, la carne, parece menos tersa…

Te acercas a los cuarenta, piensa la mujer desnuda frente al espejo, tampoco comes en demasía, pero sí llevas una vida demasiado sedentaria. ¿Qué tal unos juegos olímpicos a tu medida? Unas carreras, unos largos en natación, pedaleo para tus piernas, yoga para tu mente…, no empieces a fruncir el ceño, no te interrumpen tus padres –por cierto, ya es hora que visites a los que se están consumiendo en la espera del último tren-, no te inquietan unos niños gritando a tu alrededor, no soportas hombre o mujer que te condicione tus proyectos. Así se enfada consigo misma, lo hace de vez en cuando, casi siempre con el mismo intervalo como su menstruación. Esta vez va en serio, se dice a sí misma frente al espejo. ¿No pasa, al volver de la biblioteca, delante de la puerta de un gimnasio que vende cuerpos jóvenes, arte perfecto, que nunca verás en la calle, pero hacen prender en ti la ilusión y el deseo? […]

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