Fragmento del cuento “Otro viajero frente al mar”

[…]

-Claudio, por favor, frótame la espalda. Sabes que yo no soy capaz y me gusta salir limpia de casa.

Así casi todas las mañanas. Y Claudio, sentándose en la cama, se pasa la mano por la cara y la cabeza. Entra en el baño, se quita los calzoncillos, su único pijama de dormir, y entra en la bañera. Con esa esponja áspera está rascando la espalda de Leticia y ella, cada día lo ingenia de una forma, medio resbala, se balancea y se agarra no en los grifos que salen de la pared sino en el miembro, ya erecto, de Claudio.

Éste frota con la esponja, Leticia también frota con su mano. Afrodita está naciendo de la espuma de gel que no acierta a salir por ese orifico con pequeños agujeros, Eros dispara sus flechas en ese ambiente de vaho, de pequeños muebles, de agua caliente, de jadeos cada  vez más rápidos. Aquí, en este pequeño paraíso, se provocan los incendios desde la fragua de Hefaistos por la mañana y echamos leña al fuego por la noche. Minerva, con su sensatez y ojos verdes, debe pensar que estos dos locos, un día de éstos, resbalan en la ducha y se abren la cabeza. Claudio con la cabeza abierta, hilos de sangre, como si hubiese caído por un acantilado…, pero no seamos trágicos y dejemos de invitar a más dioses porque este cuarto de baño es pequeño y ya no hay sitio para más. Pero la pasión, como toda la vida afectiva, tendrá su límites y el tiempo, que todo lo tapa y luego descubre, se encargará de ir ralentizando este ritmo de acción que tiene esa mujer con el vacilante al andar. […]

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