Fragmento del cuento “Del juego y del amor”

[…]

-Hijo, tienes que espabilar. Si te gusta Eloísa pues vas y se lo dices. A mí no me vengas con la misma canción de todos los días y menos darnos la tabarra, con enfado y gritos, después de haber tomado unos cuantos chatos de vino.

Lo que no puedes es ir al baile a mirar o, mejor, a mirar cómo ella baila. Comprende que ella es joven y quiere divertirse. Además, ¿qué celos vas a tener tú si ni siquiera la has sacado a bailar? ¿Que baila con todos? Mejor. Si bailase siempre con el mismo, ya te podías dar por vencido. Es la madre de Valentín que, una vez más, habla con su hijo aprovechando que su marido está segando las mieses  de otros y no vendrá hasta la noche. Valentín, jornalero como su padre, hoy no ha tenido a nadie que necesitase su mano de obra barata. Ha tomado un par de vasos de vino a media mañana y hoy no vocea a la madre, esta vez el alcohol era de uvas tristes. Las palabras de la mujer, por mucha razón que lleve, no dejan de ser dardos que se clavan en esta diana que se mueve entre el amor y el odio. Amor que perfuma su vida con ilusiones, odio que hace brotar bajos instintos de venganza hacia esos posibles rivales y, sobre todo, hacia ella cuya sonrisa es miel para los moscones de ese salón de baile. Esta expresión, salón de baile, que trae a la mente lujo noble y goce de alta sociedad, no deja de ser una forma de nombrar un local embaldosado, con sillas de tijera y espacio para bailar al son de una gramola cuya aguja rasca un disco de pizarra que responde con el sonido de algún cantar de la época. Ya hemos dicho:  hoy Valentín está con el ánimo derrotado, mejor hubiese sido un jornal para pasar el día con la mente distraída, aunque, como no hay mal que por bien no venga, las palabras de su madre tal vez marquen alguna huella, dejen posos como el café, en el pensamiento del hijo. Así, a pesar de las uvas tristes, comienza a recapacitar.  […]

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