Fragmento del cuento “Retazo de una existencia”

[…]

Esta tarde el cielo quiere oscurecerse antes de lo habitual en esta estación que ha dorado la esperanza de los campos. Serán esas tormentas estivales que refrescan bruscamente para extraer de la tierra un calor añadido. El hombre, el bienhablado, está recibiendo de buena gana las primeras gotas, mensajeras fieles del torrente que vendrá después, y no apresura el paso aunque le queda un largo trecho hasta casa.

La gente aligera su caminar y, entre esas prisas de los que vienen y van, parece como si la mirada verde de la mujer de sonrisa ambigua pero hermosa también se uniese a esta maratón; pero no, ella, que ha vencido hace mucho a la lluvia y al viento, no está perdida en el gentío. Otra alucinación de nuestro solitario peregrino hacia su casa. Abre la puerta medio empapado, entra no queriendo dejar gotas de agua en el pasillo y va directamente al cuarto de baño donde dejará la ropa empapada. Suena el teléfono cuando se dirige a la habitación, luego escuchará el mensaje si lo hay. Le vemos vistiéndose con un pantalón azul de chándal y una camiseta blanca mientras piensa que hay que bajar al buzón para recoger la correspondencia de estos días. Siete cartas a nombre de Eulalio Martín de la Sierra Martínez y un montón de propaganda ofreciendo regalos que hay que pagar. Sube lentamente hasta su segundo piso y su espalda está recibiendo la punzada del dolor. Ya he cogido frío, se dice a sí mismo.

-No has cogido frío ni calor, compañero. Es la voz silenciosa que sólo se escucha con la mente. El que ha estado callado estos últimos días da señales de vida. No es cuestión del frío ni del calor, Eulalio, soy yo tu dolor, avisa este amigo inseparable, invisible, inaguantable que, además, tiene la viciosa costumbre de retroceder constantemente. […]

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