Fragmento del cuento “Tía Benedicta”

[…]

No fue una guerra civil, los hermanos no quieren luchar contra sus hermanos, ni el vecino con el vecino. Fue un golpe militar de mano fascista que enfrentó al hermano contra el hermano, el vecino con el vecino y, cada uno desde su trinchera, disparaba rogando al cielo no matar a un ser querido. Rojos y azules. República y fascismo. Lo común y lo privado.

 

El agua de cristal en el arroyo, el agua bendita en el templo. Tía Benedicta está del lado rojo, amarrillo y morado de la república de lo común, clara y brillante como el amanecer. En el pueblo todo se conoce y nadie sabe nada y, una vez acabada la absurda y sangrienta contienda, alguien la delata a los que ya se dan por vencedores en aquella zona. Los mechones negros se deslizan por sus hombros y espalda. Le han rapado la cabeza y, para más burla, la pasearán por las calles empedradas del pequeño pueblo. Hay mucha gente cuando pasa por esa plaza donde hoy precisamente están doblando las campanas por ella. Hasta las cigüeñas, impasibles en el nido de la torre, bajan la cabeza avergonzadas del espectáculo que están montando un grupo de hombres con camisa azul y bordado de yugo y flechas. Los gorriones y los tordos, tan abundantes por estos lugares, han volado hacia el arroyo cargados de reproche y compasión por la locura humana. […]

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