El último aliento de Saramago

Luchar contra la muerte, detenerla, ganarle la partida y tener una tregua para escribir sobre las armas, el gran negocio de los países incluido el sagrado, por llamarle de alguna forma, Vaticano. Pero la muerte no le dio el tiempo necesario, se personó ante él y le ordena: deja la pluma, escribe el último párrafo de tu vida y permite que tus lectores acaben el relato a tu manera, como tú hubieras querido. Y don José dejó la pluma y el tintero que rebosaba ideas y, apretando la mano fría como huesos de metal de esa compañera sombría, caminó hacia la nada oscura, mas tuvo tiempo de echar una ojeada lúcida hacia atrás: “el hombre es un animal guerrero por naturaleza, lo lleva en la masa de la sangre”. Con este pesar y con el afán de delatar este mal de hoy –producción y uso de armas- entró en el reino de las sombras para vivir en el recuerdo de quienes comprendieron sus ideales.

Su última novela incompleta, Alabardas, es un reproche a Belona, la diosa romana de la guerra. Y nuestro autor soñaba, sueño que nunca tuvo lugar, con la gran huelga en una fábrica de armas, una lucha contra la velocidad del proyectil, y dar al hombre la oportunidad de morir en su cama en lugar de abandonar su suerte en el campo de batalla, en la calle oscura o dentro de las aulas pacíficas de un colegio. “Camaradas: no temáis. Los obuses que yo cargo no explotan. Un trabajador alemán”. Este mensaje, durante la guerra civil española, hubiese sido la clave de la novela, la llave que abre la puerta a la contradicción: el obrero afable, trabajador, admirador de los republicanos españoles, deja su sudor –tiene que comer- en la fabricación de armas, pero, como paloma mensajera, envía su corazón para que ame a los que está quemando el fuego siempre encendido del fascismo que recorre Europa en aquellos tiempos.

Ya lo dijo el Nobel portugués: “si la ética no gobierna la razón, la razón despreciará la ética”. La razón armamentista, si se puede decir así, no conoce, ni de lejos, la ética que puede hacer al mundo soportable. El mal, como ya se ha escrito, se hace trivial, banal. ¿En qué lado habita la responsabilidad? ¿el empresario que negocia? ¿el asalariado que colabora? ¿el estado que permite? ¿la iglesia que no condena? ¿el soldado que dispara? ¿quien escucha la tragedia por radio o el que abre los ojos ante la barbarie de una imagen televisiva y luego cena y duerme con la conciencia tranquila del que no puede, sin haberlo intentado, hacer nada? ¿Cuándo vamos a caer del engaño que nos aconseja o nos ordena que la orden está para obedecerla incluso cuando el mandato está teñido de sangre?

¡Qué lástima que la voz que denuncia, la pluma que acusa, sea acallada por la que lleva escrito en su guadaña el sueño sin voz bajo tierra! Saramago, con su fuerza y estilo peculiar, habría invitado a una lectura que, armada con el empuje de la ética comprometida y el humor que relaja, entraría de lleno, como siempre, en la mente y el corazón del lector. Pero la verdad se quedó menos que a medias, tres capítulos, se nubló con las interferencias de la enfermedad que no perdona la carga de los años. Y digo yo: ¿llegará otro portugués, de los muchos que saben escribir, que tome el arado al comienzo de un surco ya empezado y continúe la siembra del que dejó ya preparada la semilla?

Algún día, tal vez, recojamos los frutos, ebrios de sol y de tierra, germinados línea a línea, surco a surco, de una cosecha abundante y necesaria para cubrir y sepultar de verde las balas que oscurecen la mente humana y acaban con la vida de los que no saben la razón de su muerte. Pero, mientras la industria de las armas campee a sus anchas, el ser humano será el compañero fiel de una muerte que aparece en cada esquina, el olor de la pólvora será el perfume que entrene al corazón para que el disparo sea certero y domine, como en la selva, la ley del más fuerte.

                                                                                Ubaldo  Fernández.

                                                                                                                                                   Febrero,  2015.

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