Renato, el metódico

No lo puede remediar. Cada año, cuando ya las hojas de su calendario anuncian el final, sale Renato de casa y, paso a paso, sin prisas, llega a la librería del barrio. Ya le conocen y adivinan que, dadas las fechas de luces multicolores y guirnaldas que cuelgan en los abetos, les pedirá, entre alguna cosa más, una agenda para el año por estrenar. En este cuadernillo de muchas hojas cargadas de días de la semana, frases de todo tipo: profundas, superficiales, religiosas, humorísticas; direcciones útiles, un pequeño mapa y no sé cuánta información más, en este cuadernillo Renato apunta todos los días, escribe en días concretos y señala también las horas. Por eso, piensa que no se va a morir nunca. Cree Renato que, si piensa las cosas con antelación, no ocurren. Así, cuando de estudiante le avisaban de un próximo examen, él pensaba en lo que iba a errar y, de esta forma, no fallaba en las cuestiones propuestas, sin embargo, podía equivocarse en otras en las que no había pensado. Ahora, ya pasadas muchas hojas de muchos calendarios, le vemos encaminarse a la cita con su médico. Según el dolor que le martiriza él se imagina, antes de entrar en la consulta, lo que va a comentar el doctor: hay que hacer pruebas, esto puede ser una úlcera, tal vez estemos ante un tumor escondido, quédese en observación…Y el galeno, después de preguntarle por activa y por pasiva, hace un diagnóstico que no se parece en nada a lo que había pensado Renato. Con este convencimiento vive nuestro hombre. Una manía más de las muchas que anidan en nuestra imaginación.

El otro día venía Renato del centro de la ciudad. Era tarde. En el vagón del metro apenas había gente, él y tres personas más, entre ellas, un africano que, en un idioma incomprensible, les pidió para comer. Todos miraron hacia cualquier parte menos a los ojos oscuros del que, al parecer, tenía hambre. Renato comenzó a imaginarse, durante las últimas estaciones que quedaban, cómo podría ser atracado al salir del metro en la calle oscura poco transitada que le esperaba o en el parque con columpios y toboganes que tenía que cruzar. Pero no le atracaron, es más: se encontró un billete de diez euros que, medio arrugado, se movió con el poco viento que soplaba y fue a colocarse casi encima de su zapato derecho. Lo vio por casualidad, no se explica cómo distinguió que era un billete, pero, sea como sea, los diez euros se escondieron para calentarse al calor de su bolsillo. Y no le atracaron, puesto que él había pensado y representado en su teatro privado la escena del asalto con navaja de plata incluida.

Cada día que pasa Renato escribe más y más en la agenda. Llegó un momento que casi llega a programar no sólo la hora de irse a la cama, sino también el minuto en que cerraría los ojos para dormir en la casa oscura de Morfeo. Anotaba las tareas no del día o los días siguientes, no, la proyección se extendía hasta meses y meses por venir. En la última hoja de la agenda se encontraban fechas para no olvidar en el siguiente año. Llegó a confiar tanto en su libro de días y meses del año que la memoria se iba poco a poco alejando de él. Le costaba un trabajo horrible recordar qué deberes había para mañana y le podemos ver a menudo pasando lo que en la agenda hay para mañana en un papel que llevará en el bolsillo. Más de una vez ha perdido ese papel y, cómo no, ha tenido dificultad en traer a la luz lo que había que hacer en las próximas horas. Así es Renato, el metódico, para quien lo que no va a suceder ya está pensado para que no suceda. Reconoceremos que ha acertado algunas veces, pero no siempre, aunque para él el fallo, su error, pesa poco a la hora de seguir su riguroso método y costumbre. Siempre imaginó el accidente de coche, de su coche, pero todavía no ha tenido ningún percance.

Renato da un paso más. Si realmente, como está convencido, pensar en los acontecimientos que están por llegar y anticiparse a ellos es una forma de detenerlos y hacer que las cosas ocurran de distinta manera o, incluso, que no ocurran, él, que anota a diario lo que hay que hacer y lo vive antes de que se presente, ahora se entretiene en contemplar una representación lúgubre, de lágrimas y luto, cipreses para el camino, pino en el ataúd y crisantemos, flores de oro, en la tierra abonada del camposanto. Asiste a la puesta en escena de su propia muerte y, este es el dislate que colma todos los vasos, el colmo de los colmos, piensa que vencerá a la que arrastra sus huesos y su guadaña. ¡Vencer a la muerte pensando en ella! Por ello, Renato últimamente está más que convencido de una vida larga, demasiado larga, diríamos. Le vemos caminar con otra sonrisa, hablar con otros modales, analizar las cosas y situaciones con mucha, mucha paciencia, no tiene prisa… ¡hay tiempo para todo!

Su agenda, su biblia de salvación, cada día tiene menos hojas en blanco. El tiempo avanza y Renato escribe lo que va a hacer mañana: levantarse, caminar, ducharse, desayunar, tareas rutinarias, compras necesarias, comida para calmar el hambre, bebida para la sed… Pasa hojas de su cuaderno anual y apunta con tinta de distinto color en fechas señaladas como importantes: médico, cumpleaños de alguien cercano, pago de algún impuesto… Pero esta mañana de sol que anuncia el otoño, doce de septiembre, lunes, hoja casi vacía en su biblia de salvación. Hoy, después del desayuno, Renato no se encuentra bien. Sale de la cocina con dificultad, apenas puede llegar al teléfono que le espera en el salón.

Luz y sirena del coche, hospital en miniatura, a la puerta de su casa. Renato en urgencias del hospital, médicos y enfermeras presurosas, puede ser un infarto o cualquier otra situación de gravedad. Aquí te quedas, Renato, en cuidados intensivos. A los pies de su cama, quieta, sin mover sus huesos, está la de la mirada fija, la que no pestañea, con sonrisa macabra que nunca se borra. Ha podido colarse en un espacio vacío de la agenda de Renato. Muchas veces había intentado llevárselo, pero Renato ya había pensado en ello.

Renato abre con esfuerzo sus ojos como si le llamasen. Sí, algo ha susurrado la que ahora tiene su agenda en la mano y le señala todo el hueco en blanco que se puede observar en el día de hoy, doce de septiembre. Renato guiña un ojo a la que colecciona personas sin vida, sabe que se ha descuidado y esto tenía que pasar antes o después, pero no había pensado en ello estos últimos días. La de negro no puede devolverle el guiño, se levanta, le tiende su mano derecha y, sin soltar la agenda que lleva en la izquierda, camina por un corredor sin retorno con Renato.

Nadie repara en estas dos figuras, sólo ese muchacho joven, ensangrentado, tumbado en una camilla y que le llevan con prisas, ha podido observar en su mirada perdida, entre niebla espesa, cómo una agenda de tapas negras se desplazaba tranquilamente, a media altura, por el largo pasillo.

 

 

                                                                                                                                                         Ubaldo   Fernández.

                                                                                                                                                              Septiembre, 2016.     

You may also like...