Marear la perdiz

El Quijote con su amigo Cervantes, que este año están de fiesta y celebración, alcanzan un nivel superior sembrando los surcos de la novela con refranes y dichos populares que, viniendo del pueblo, arrastran una filosofía perenne, digna de la más apreciada reflexión. Y es que este pensamiento popular, que ya la novela picaresca española exportó a los países que se vanagloriaban de serios, sea en refranes o citas –que acabarán convirtiéndose en refranes- encierran en sus breves términos una sabiduría que lleva a sus espaldas una verdad no necesariamente escondida. Ya sabemos que si alguna de estas sentencias, como de hecho ocurre, roza la religión o cualquier tipo de ideología política, temas subjetivos al máximo, puede apartarse de nuestra aceptación. Aún así, es difícil falsear estos dichos populares o juicios de un grupo más ilustrado. Lo que importa aquí es que, se piense lo que se piense, nadie negará que  invitamos a nuestro intelecto para que se ponga a discurrir. De aquí que en esta ocasión pretendo, yo matando el tiempo y éste acabando poco a poco conmigo (“¡Qué bien se vive entre asesinos!”, decía el autor de la cita, el filósofo rumano Cioran), pretendo, comentaba antes, dejar unas cuantas citas o algún refrán de los que nos rodean y algunos nos vienen bien para esa precisa ocasión. No son más que hojas verdes, amarillentas o resecas a las que el viento deja caer para ratos de ocio, lejos, si se puede, de esta tecnología que anestesia.

Vivimos hoy una época, es difícil negar, en que hay un culto al cuerpo: cuidarlo con el deporte, no mimarlo demasiado en la dieta, repararlo o incluso adornar lo que, en algunos casos, es de por sí ya bello. Nada que decir: es lo que tenemos y, antes de ser leña para la hoguera fúnebre o manjar para gusanos, es lo que sostiene nuestra vida. Pero, si además de agasajarle con la cosmética, le lavamos con jabón de ética, un poco de agua fría del pensamiento y el latir caliente del corazón, mejor que mejor. Pero, cuidado, no vaya a ser que nos despistemos en nuestro camino hacia la felicidad (“un imposible necesario”, decía Julián Marías), porque ya nos comentó Ortega y Gasset que “la belleza que ata rara vez coincide con la belleza que enamora”, aunque podemos esperar cualquier cosa “porque en amor locura es lo sensato” (Antonio Machado). Aunque corre por ahí un refrán que deja tal vez en entredicho lo de antes: “el cariño verdadero empieza por el meadero”. Así de sencillo, así de vulgar y grosero.

En fin, que cada uno lo entienda como quiera ya que la cuestión de fondo es vivir y dejar vivir, cosa que implica respeto, tolerancia y aceptar al otro como un fin en sí mismo (según la ética kantiana) y no un medio para nuestros propósitos (según política actual). Si no es así, escuchemos a Diógenes: “hay que tener cordura para vivir o cuerda para ahorcarse”. Sabemos que la vida es lo que hay: lo que pasó y, por tanto, irrecuperable, lo que está pasando ahora –“vive el momento que ya puede ser tarde”, pensó alguien en China-, y lo que pasará. De esto último, la verdad, poco sabemos y algunos se consuelan con un futuro más lejano donde se acaban los malos ratos (también existen buenos ratos en esta vida) y todo es alegría: “los que más sufren no encuentran más salida que la religión” (Dostoievski). No estaría de más que, unos y otros, sepan que el gran Severo Ochoa aseguró que la “vida es química”, física y química, nada más, nadie espere consuelos, predicados con incienso y agua bendita, de un padre que nos acoge para siempre uniendo nuestra alma al goce eterno. Esto está bien para mantener el orden social y aceptar la existencia de clases (“la iglesia, para mayor gloria de Dios, siempre estuvo al lado de los poderosos”, se puede escuchar, en boca de un fraile, en la antigua película Aguirre o la cólera de Dios), conformarse al destino o al papel que te han ordenado representar durante unos años. Severo Ochoa sabía, cuando murió su mujer, que “no la volveré a ver”. Vaya, vaya…, mira que si Nietzsche lleva razón cuando vaticina: “la verdad es un conjunto de mentiras que el hombre fue creyéndose con el tiempo”. De ser cierto lo que afirma el filósofo alemán tampoco andaría muy descaminado Hemingway en su definición de “la felicidad es una cosa rara entre gente inteligente”.

“No es oro todo lo que reluce”. La existencia, para conocerla, hay que despojarla de todas las capas una a una, envolturas de cebolla y, al final, acabas llorando porque no sabes qué es lo que realmente hay. Todo está mezclado (“todo en todo”, relatan esas grandes religiones orientales), lo uno y lo otro, lo blanco y lo negro, la vida y la muerte…, amalgamas sorprendentes: “Dios es bueno y el diablo no es malo”, me comentaron que era algo escuchado en Galicia…, claro que siempre se ha hablado  eso de que “detrás de la cruz está el diablo”. Ya ves, amigo, la vida que nos ha tocado en ese azar del universo, en ese ir colocándose, por casualidad, algo detrás de algo, hasta llegar a esta situación de la que, al poco tiempo, te quejas, no lo soportas porque como “los huéspedes y la pesca a los tres días apestan”. Un refrán excelente que añora una vida sencilla y, sobre todo, tranquila.

La vida puede ser así de absurda, pero vivimos siempre buscando algo que no siempre se sabe en qué consiste: “en nuestro mundo la gente no sabe lo que quiere y está dispuesta a todo por conseguirlo” (Don Marquis). Nos salva la ilusión, la fantasía, no todo va a ser racionalidad. Nos salva el corazón porque nunca se para a pensar, el día que lo haga se detiene y ya sabemos lo que ello conlleva. La imaginación que vuela alto y colorea todo nuestro alrededor porque, no olvidemos, que “las cosas no son como las vemos sino como las recordamos” (Valle Inclán) y en el recuerdo unas veces aumentamos, otras disminuimos lo que realmente ocurrió. No lo podemos evitar a no ser que, como masoquistas empedernidos, disfrutemos con la amargura. Ahora bien, que los dioses nos libren de darnos cuenta de que “mi vida estuvo llena de desgracias, muchas de las cuales jamás existieron” (Descartes). Podíamos seguir en esta enumeración de opiniones, pero ¿para qué? Dejemos que los refranes vuelvan a los labios del pueblo, que las citas vuelvan a los libros que pueblan mis estanterías, esa es su casa. Nosotros a lo nuestro que, sinceramente, no sé lo que es porque, según Pascal, “no vivimos nunca sino que esperamos vivir; y disponiéndonos siempre a ser felices, es inevitable que no lo seamos nunca”. O ¿acabamos con el realismo puro y duro, propio para estos tiempos, de Blasco Ibáñez: “la pereza en los pobres es un crimen”? Mejor de una forma más romántica: “ofrecer la amistad al que pide amor es como dar pan al que se muere de sed” (Ovidio). Y, cursilerías aparte, os dejo un viejo cancionero:

“Desde el rey hasta el gañán,

De la infanta a la pastora,

Y desde Adán hasta ahora,

Han jodido y joderán”.

¿Somos o no somos todos iguales? Bueno, dejemos de marear la perdiz. Todas estas líneas, ¿qué? Nada. Escribir por escribir. Entretener un momento. No busques más. Lee lo que dicen estos dos vecinos franceses:

“prohibir algo es despertar el deseo”. Montaigne.

“la envidia es una declaración de inferioridad”. Napoleón.

 

 

                                                                                                                            Ubaldo  Fernández.

                                                                                                                                            Abril  2016.     

 

  

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