Almendras de nata


El dios de las armas, relucientes como el fuego de la fragua, descansa. En este mes suyo no echa de menos la guerra ni la ayuda caprichosa que presta a sus imitadores en los combates que no cesan. La que se acerca, con pisada verde, anunciada por el heraldo amarillo que recorre las alturas, detendrá con perfume y color todo intento de lucha roja con metales de plata en la tierra como en el Olimpo alto y lejano. La de pisada verde y brazos de lirio, sonrisa de amapola cuyos ojos de miel enternecen al dios de la furia, ya habló, como siempre hizo desde los comienzos, a través del murmullo del manantial. Ya sugirió la tarea para los últimos días de su mes al portador de las puntas afiladas que hieren la trémula envoltura humana.

-Marte, vigila y protege la canasta grande de barrotes de madera. Son las palabras sin voz de la primavera, primeras flores, primer verano, que va extendiendo su capa sobre la árida tierra y el árbol desnudo.

El portador del metal afilado, ahora desarmado, entra en el rectángulo de cuatro paredes y, hechizado por una sonrisa con dos diminutas almendras de nata, granitos de arroz, se sienta junto a esa jaula de pino solitario en eriales lejanos. La prisión sagrada desprende cariño por sus esquinas, de ilusiones y esperanzas se adornan las sábanas y la manta que visten el colchón donde descansa un cuerpo cargado de besos. Y dentro del joyero la joya: unos ojos habladores que quieren pregonar por el ancho espacio, como gritos de trompeta, que ya su cuerpo, como amorcillo de Cupido, ha recorrido las brasas del estío, arrancó las últimas hojas de los árboles iluminados con farolas artificiales, envolvió su cabeza con lana multicolor y, entre ramilletes de escarcha, llega a su comienzo: ocaso del mes de ese dios guerrero y alumbramiento de la tierra que ya siente en su seno las raíces de la nueva estación que, generosa, reparte sin medida aguas limpias con peces de brillante alpaca donde los árboles, que miran las estrellas, también contemplan su traje de hojas tiernas y distribuye vegetación que teje una tela de araña empapada de olor y color. En este paisaje termina su primer paseo y, sin perder tiempo, el que hace vibrar su cuerpo y sus pies danzarines da comienzo a una segunda vuelta de descubrimientos que entrarán, sin censura ni intereses, a través de todos sus nuevos y curiosos sentidos.

El cristal de la ventana deja pasar, encantado, los rayos que no hieren y envuelto de luz, como siempre y con prisas, se hace presente Mercurio que, como buen mensajero, no tardará en ayudarse de sus alas para llevar la noticia a los que moran en lugares superiores. Y les dirá que cumple un año el otro mensajero, el otro ángel, que también llegó con un suave olor a lo eterno. Pero eso será luego, ahora el dios de las noticias mira y remira el cuerpo travieso del que no para y que parece como si lanzase flechas al corazón de los que miran.

-Aquí me ves, Mercurio. Cuidando los ojos del que los abrió hace ya un año. Me lo encomendó la primavera y, cosa extraña en mí,  he olvidado dónde dejé descansando mis armas. No es sólo porque sea mi mes, es porque la sonrisa con dos diminutas almendras de nata, granitos de arroz, no me permite entornar mis ojos y visualizar, entre la niebla, mis últimos combates. ¡Lo que pueden conseguir unos ojos oscuros protegidos de largas pestañas y con una sonrisa de tal alegría que baja el cielo a la tierra!

-Yo, habituado a correr y volar con la valija repleta de mensajes, también me he enredado en el embrujo de sonidos incomprensibles que salen de la boca rosada de este pequeño Cupido que no ceja de repartir amor a su alrededor. Con esta forma de hablar del dios que nos trae noticias esperadas en el corazón, Marte queda sumido de nuevo en su silencio y con la mirada de sus ojos de fuego en la casita de pino seco. La madera soporta dulcemente el suave roce de unos pies y de unas manos que terminan con unas pequeñitas defensas, armas delicadas, en sus dedos juguetones que se divierten tocando todo sin temer el peligro.

Vuela, vuela, Mercurio. La noticia prisionera en tu valija de cartero hace días que es anhelada por el corazón de los de allí y de los de aquí. Vuela, vuela, Mercurio, que Marte vela su sueño de estrellas blancas y luna con brillo de nieve. Nosotros, humanos entre humanos, agradecemos vuestros servicios que fueron  acompañados por la que llegó con su orquesta de trinos alegres que envuelven tanto a la margarita blanca y amarilla como al junco que se eleva a la orilla del hilo de agua cantarina.

Vigila, vigila, Marte. Que tus hierros que matan duerman con el sueño de la paz que nos trae la inocencia del que, viajando por la cúpula azul, recadero de la armonía musical de las esferas, ya ha dejado la huella de su pequeño pie en la arena de nuestros mares. Vigila, vigila, Marte, que en ese cofrecillo hay lugar para las ilusiones de nosotros que somos sólo eso: humanos entre humanos.

 

 

                                                             UbaldoFernández.

  25 de marzo de 2016.

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