El otro viento

Sí, ciertamente, ya es la tercera noche con el mismo sueño, con las mismas imágenes y la misma música: el jilguero, de canto alegre y hermoso colorido, se cuela, no sé por dónde, y entra en mi cabaña rodeada de un campo de amapolas. Un pequeño vuelo por mi habitación y me dirige una mirada de ojos diminutos y preguntones desde la mesilla derecha medio ocupada por una pequeña lámpara y un teléfono móvil sin cobertura. Luego vuela hacia la cocina y picotea lo que le apetece, un pequeño ladrón sin disimulo. Con este pensamiento y el sueño repetido camina Leonardo hacia la aldea donde nació, creció y se cansó de vivir en compañía. Lo de la cabaña fue una opción que pudo ser sustituida, afortunadamente no fue así, si aquel día, no hace mucho tiempo, hubiese llevado consigo una cuerda fuerte para balancearse desde el cuello ayudado por cualquier encina generosa que le hubiese ofrecido su rama más robusta. Pero no fue así. ¿Qué se le ha perdido en mi cabaña a ese pájaro de colores? Nada comprende Leonardo, ahora empieza a interrogarse y querer hallar respuesta el que nunca ha creído en la interpretación de los sueños, aunque esa interpretación viniese del mismísimo Freud… A su mirada ya llegan las imágenes de casas blancas cubiertas de tejas rojizas, pero nuestro moderno ermitaño ha detenido el paso. ¡Qué raro!, el cementerio tiene la verja abierta a estas horas de la mañana. Y se acerca, entra y ve señales de enterramientos recientes e incluso dos cadáveres boca abajo… ¿serán los que quedaron después de echar tierra encima a los demás?, se pregunta Leonardo. Esta pequeña ciudad de los muertos, este dormitorio, está lleno. ¡Quién lo iba a decir!, cuando todos pensaban que allí había lugar para cada uno y sobraría espacio.
Calles vacías. Otras tres personas caídas, separadas por unos cuantos metros. Un viento de colores y, mirando hacia el azul, allí arriba, vemos centenares de jilgueros pequeñitos con su arcoíris triunfal como si pretendiesen soportar sobre su cuerpo enano la bóveda celeste, como hacía Atlas sosteniendo la Tierra y el firmamento sobre sus hombros, castigo por enfrentarse y luchar contra los dioses del Olimpo.
-¿Qué tal, Leo? Pensaba que de esta no salías, comenta la enfermera. No te cuidas el corazón, Leo.
-He vuelto para anunciar el viento que llegará.
-¿Qué viento?, pregunta la curiosa mujer vestida de verde.
-El viento rojo de mis amapolas, el viento morado del lirio, viento azul del romero, viento verde y mentolado de la albahaca, viento húmedo del arroyo, el viento enamorado del jazmín…, el viento terrorífico y exterminador de Hades, el invisible, que se origina en lo profundo, en el inframundo. Bien lo sabía el jilguero, el pájaro colorín que me ha acompañado tres noches.
La enfermera sale da la habitación.
-Doctor, ha vuelto el corazón de Leonardo, pero en algún lugar ha dejado la razón.
-Efecto de la anestesia, mujer… Ya sabes.
-O será, doctor, que todos estamos anestesiados…
-Anda, anda, vamos a tomar un café y espabilas un poco.

Ubaldo Fernández.

Mayo, 2021.

                                                     

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