Desde la duda: la Náusea de Sartre

Próximamente, 15 de abril, se cumplirán  15 años sin Sartre; y con él murió el pensamiento de la libertad, el objetivo de cambiar el mundo (Sartre se solidarizó con los idea­les de la juventud  estudiantil  del mayo francés del 68; así proclamó: «recordad  que si vuestros  hijos son revolucionarios, es porque vuestras cobardías  han hecho su destino»). Con él desapareció la libertad  como esclavitud  («no soy libre para dejar de ser libre») y nos dejó esa Náusea, ese sin­ sentido  ante la vida con muy difícil solución, -en otra ocasión hemos recordado a Albert Camus y su insistencia en aceptar a Sísifo dichoso para eliminar, dentro de lo que se pueda, ese absurdo de la vida-, una solución imposible: «el hombre es una pasión inútil «.

Jean Paul Sartre nace en París en el inicio del verano con un siglo recién estrenado, 1905; consigue  la cátedra  de filosofía y, pocos años después, le influye la filosofía alemana de Husserl y Heidegger. Intentará crear un partido de izquierda no comunista. El Santo Oficio de la Iglesia Católica incluye sus obras en el Índice  de libros prohibidos. En 1964 rechaza el Premio Nobel. Y más de 20.000 personas le acompañaron   en  su último viaje:  el cementerio de Montparnasse.

 El contacto que intentamos mantener en estas líneas está referido a una obra suya de carácter existencialista, La Náusea, escrita en 1938. Aunque comentara Sartre sobre esta novela eso de que «es exactamente lo contrario de lo que yo quería  escribir», nos  servirá  de guía  para hacer salir  a la luz  toda  la cruda  verdad que se esconde en el ser humano. Es conducir al individuo al extre­mo mismo de la soledad.  Es una novela  filosófica : no se demuestra nada ni nada  se termina, y es que no hay   nada más allá de lo  que aparece. Pero sí es una nueva manera de vivir. Se habla en sus obras -El Ser y la Nada, Las Moscas, Manos sucias, El Muro, A puerta cerrada, Crítica de la Razón Dialéctica…-  de autenticidad, incomunicación, mala fe, ser para la muerte…; nos movemos entre un pesimismo existencialista y cierto optimismo político en la izquierda.

Antoine Roquentin, el protagonista del  pensamiento sartriano en La Náusea, lleva una vida mediocre y sin luz. A su alrededor está el mundo, están  los otros…, está el absur­do. Porque, como luego descubrirá  Garcin, protagonista de A puerta cerrada, «el  infierno son los otros». Y esa circuns­tancia, ese medio, provocará La Náusea que todos llevamos dentro. Claro que ese vómito psicológico siempre se hace presente en unos momentos muy concretos: cuando la exis­tencia se despoja de sentido  y aparece  desnuda.  La conse­cuencia, en  este caso,  de una  salvaje  Segunda Guerra Mundial en la que Sartre participó en la Resistencia y fue encarcelado y recluido en un campo de concentración nazi, y unas circunstancias – injusticia, hambre,  locura  – que hacen reflexionar al ser humano y sentirse como un proyecto, con su libertad y responsabilidad, desamparado de unos dioses que, en otras ocasiones, le habían guiado y teñido de esperanza.

La Náusea es un paseo por la existencia concreta. Un paseo solitario y libre («solo y libre.  Pero esta libertad se parece un poco a la muerte»), que no lleva a ninguna parte («estoy más bien … asombrado frente a esta vida que he reci­bido para nada»). Pero, realmente,  ¿cómo aparece La Náusea?.  «Existir es estar ahí, simplemente; los existentes aparecen, se dejan encontrar, pero nunca es posible deducirlos. Creo que hay quienes han comprendido esto. Sólo  que han intentado superar esta con­tingencia inventando un ser necesario y causa de sí… Todo es gratuito: ese jardín, esa ciu­dad,  yo mismo. Cuando uno llega a comprenderlo, se le revuelve el estómago y todo empieza a flotar; eso es La Náusea. Y todos estamos de más, es decir, amorfos y vagos, tristes».

Y, en otra página, hablando sobre una pareja de enamorados: «pronto constituirán entre los dos una sola vida, una vida lenta y tibia que  ya no tendrá ningún sentido, pero no se darán cuenta» .

Así es como este filósofo francés crítica y analiza el teatro de la vida. Aquí estamos nosotros con un tiempo que nos pasa y unos aires que corren a nuestro alrededor portando un hedor que nos recuerda ese malestar existencialista.

Ya sabemos que pasó a la historia el existencialismo, pero mientras haya una vida concreta la pregunta por el existir no podremos evitarla. La denuncia de Sartre queda como testimonio, su preocupación por el ser humano también; los temas de la libertad, Dios y lo humano, que hace su vida y vive para la muerte, se mantendrán  dentro de toda filosofía que se precie de serlo. Lo importante, no nos engañemos, es el hombre; el hombre concreto que se realiza  y proyecta día a día. De esta forma lo han visto siempre los humanistas:  desde el cristianismo hasta el exis­tencialismo ateo pasando por el deseo de renovación de Nietzsche. Por eso, apostamos siempre en esta línea, el hombre y sus circunstancias, en lenguaje orteguiano. La Náusea es una  denuncia. El absurdo, como Caronte y su barca, aguarda.

Ubaldo Fernández

Profesor de Filosofía

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