Desde la duda: Prometeo Y Pandora

Entre Zeus y Prometeo no brillaba mucho la luz de la amistad: la opresión divina, y la opresión en general no era algo que aceptase de buena gana Prometeo, él que amaba tanto a los hombres. Por eso, cuando los hombres van a inmolar un buey a Zeus, les convencerá para repartir los restos del animal en dos montones dispuestos de tal forma que Zeus será engañado y se llevará la peor parte.

Enfurecido el dios de dioses les priva del fuego, pero Prometeo lo recuperará, robándolo, para los hombres. Por ello será condenado y encadenado en el Cáucaso donde un águila le devora el hígado que vuelve a crecer por la noche. No queda ahí el castigo: crea Zeus a Pandora, portadora de una caja que, movida por la curiosidad, destapa y salen todos los males…, cuando acierta a cerrarla sólo queda dentro la esperanza.

La vida, esa realidad biológica-psíquica-social, es el fuego de Prometeo, el único santo en el calendario de Marx. La llama creativa. El hombre transformador de la naturaleza, el progreso y la técnica para vencer el sinsentido y la calamidad que nos ofrece Pandora, -el origen del mal, la mujer otra vez culpable de la desgracia-. Siempre la misma lucha: la libertad ante la opresión, la injusticia, la desigualdad. Así no hay quien viva y, mientras se oculta la esperanza, brotará la infelicidad y ya caemos en las redes de no saber la respuesta para el aquí y el ahora, para el más acá. 

La vida, lo dijimos el otro día, es lo que «se nos da y la merecemos dándola», que cuenta R. Tagore en alguna parte de su lírica panteísta. Pero no estamos por una interpretación religiosa que puede mediatizar al otro con miras a una lejana recompensa. Nuestra apuesta es por la felicidad, porque se vive cuando se es feliz y cuando, además, sabemos que lo somos. Nos entregarnos, nos damos con miras a ser feliz. Vivir no es un vivir impuesto por la naturaleza, es vivir feliz y todo lo demás son parches, remiendos y remedios efímeros.

No hay más remedio que destapar la caja de Pandora, la que guarda la esperanza, porque con la esperanza y el fuego de los dioses nuestra vida puede hacer volver las aguas a su cauce. Los males que vuelvan a su prisión y cerremos con muchos candados y arrojemos las llaves al mar…, no vaya a ser que algún curioso o algún dios de esos que se enfadan abra de nuevo la desgracia.

La felicidad a la que aspiramos implica esa libertad e igualdad, viejos lemas de los utópicos y revolucionarios, en los que se asienta esa vida digna, ese derecho a la vida, a la vida digna, que nosotros hemos comentado en nuestros diálogos. Antes de Pandora los hombres vivían felices sin males. Incluso vencían a la propia muerte. La vida digna no conoce la muerte, pues ésta no es sino el último episodio del sentido del vivir, de la trayectoria humana que empieza y se acaba. La muerte será positiva, un fuego individual que se apaga, la llama de la vela que no tiene ya más cera, cuando la vida ha sido positiva. No es lícito apagar el fuego a la espera de luminarias remotas. La vida digna arde con la creatividad y con el robo y la destrucción de esa opresión divina y humana. La rebeldía ante las Parcas, que eran dueñas del destino humano y representantes, fieles hilanderas, del determinismo.

Este regalo de vida, este juego del vivir, como todo juego, se comparte. La sociabilidad también nos trae esa felicidad, porque la libertad, igualdad, dignidad…, tienen razón de ser con los otros. A pesar de que la preocupación sartriana por la existencia llegara a decir que “el infierno son los otros», no deja de ser una protesta concreta ante la desgracia y la angustia. La vida con los demás hace historia. Los males de Pandora han hecho historia, el fuego de Prometeo también. Nuestra obligación, como humanos fieles a la tierra, es continuar el rumbo dejando la historia escrita en fuego…, que también es el amor. La vida que tenemos y, si es preciso, entregamos.

Así, como todas las grandes utopías, aspiraciones y deseos humanos, nos topamos con el amor. Ahora se aviva la llama, los males vuelven a la caja. Con el amor entramos en el campo de la confianza, valor, respeto, libertad… Somos felices cuando Eros -volvemos a la mitología-, simpatía de niño inocente y travieso, nos atraviesa con sus flechas. No estarnos hablando de romanticismo quinceañero. Son los dardos de la paz y la justicia, son los candados que cierran definitivamente la caja con los males dentro. La historia, la lucha histórica, no es el conjunto de bestialidades humanas, es el impulso por luchar con las armas de Eros, es permanecer siempre en el combate del amor y el respeto. El carro con ruedas de fuego de Helios abre entonces el nuevo día: la vida feliz.

Prometeo, el amigo de los hombres, con un castigo casi eterno-«al menos treinta mil años», exclama Zeus-, es liberado por el valeroso y de buen corazón Hércules. Ingresa en  el Olimpo por su coraje y ejemplo. Prometeo siguió ayudando a los hombres. El fuego sigue vivo. La vida está ahí, la felicidad y el amor. De nosotros depende, de cada uno en particular. De todos. De Pandora y su inseparable caja…, nos olvidamos. Y que la diosa Justicia no emigre más de la Tierra.

Ubaldo Fernández

Profesor de Filosofía

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