Desde la duda: Ideas e ideales

Que el ocaso de  este segundo milenio de nuestro calendario está lleno de ideas, creo que nadie lo duda. Existe una buena literatura, cine que, con ayuda de la técnica, parece realidad, arquitectura y escultura con todo tipo de tendencias y estilos, todo un mundo de música…, la ciencia avanza como un gigante: invadimos cada vez más el espacio infinito y nos preguntamos por el tiempo, por el comienzo y por el final; la genética es ya un escándalo: se habla de  manipulación y es lo peor que se podía decir. Los resultados están ahí.

Luego nadie puede negar avance ni ideas innovadoras a velocidad vertiginosa. Y, en medio de toda esta vorágine, está el hombre, lo único importante, con las ideas que, a veces, se vuelven contra él y, como ser necesitado, incompleto y proyecto, en busca de ideales, formas de vida, senti­do…, en el fondo, felicidad. Aquí tiene su casa el problema: la búsqueda y persecución de algo que nos arrastre. Buscar el sentido ha sido tarea de la filosofía junto con la ética, que no deja de ser una filosofía sobre  la vida y el comportamiento que dicta una moral.

Espigaba hace unos meses en un libro de pensamientos breves, sentencias, de E. M. Cioran (Del inconveniente de haber nacido. Ed. Taurus. Madrid, 1995). Ya por el título podemos hablar del abandono en que nos encontramos, que casi nos recuerda aquella náusea de Sartre de la que dijimos algo en esta revista. La clave del libro de Cioran está en esta afirmación: «hemos perdido  todo al nacer». Y además: «sólo tiene convicciones quien no ha profundizado en nada» o, por último, «cuanto más se vive, menos útil parece el haber vivido». Así dibujaba el paisaje humano este pensador de no hace muchos años.

Adorna nuestra época y nuestra existencia personal una alfombra de colores oscuros. Como si Prometeo tuviese que robar de nuevo el fuego, robar una centella del carro de fuego de Helios, y bajar con luz y alumbrar la tierra. Todos sabemos la cantidad de adictos que están engordando a esas numerosas sectas e ideologías que prometen lo imposible y, luego, se hace necesario. Parece como si lo que superficialmente hemos citado de Cioran o el absurdo  de Kafka, el sinsenti­do de Camus…, saliesen al  encuentro de nuestros días. Las ideas están por doquier, los ideales hay que ir  en su búsqueda. Parecen malos tiempos para las grandes empresas humanas.

El profesor Aranguren hablaba de dos grandes modelos éticos que habían consolado al hombre durante mucho tiempo: primero el cristianismo y des­pués el marxismo. A nadie le amarga la idea de un mundo en el que todos fuésemos iguales e intercambiásemos «amor por amor y confianza por confianza», que esperanzaba al Marx de los Manuscritos de 1844; como tampoco volvemos la espalda al que predica el respeto, el amor, la dignidad…, como era el caso de Jesús de Nazaret. ¿Qué ha ocurrido, entonces, con estas grandes ideologías cargadas de promesas que idealizaban la humanidad?. Simplemente se nos han escapado de las manos. Los guardianes celosos de estos ideales han marchitado los brotes renovados de cada pri­mavera, han herido de muerte lo escrito a base de traducciones e interpretaciones interesadas. Así y todo, aún quedan, entre las cenizas, ascuas encendidas de aquellas grandes hogueras. No es cuestión que, como reaccionarios a ultranza, volvamos hacia atrás a la búsqueda del tiempo perdido. No es eso. Es más sencillo: la inteligencia humana seguirá dando a luz ideas de técnica y progreso; esta es la senda de la humanidad hacia su existencia feliz. Es memorizar aquellos ideales del siglo XVIII, de la Ilustración, en los que la razón junto a la tolerancia entraba en la perspectiva de cada mirada.

Pero junto a esta ciencia y pensamiento actuales, nuestra obligación, si no queremos caer en la cosificación del hombre o convivir con la intolerancia, necesitamos lo que nos arrastre: metas, ideales…, como queramos denominarlos, en el fondo, nuestra ansia es de esperanza. No vamos a volver al nombrado Cioran. No obstante, las circunstancias a nuestro alrededor – violencia, terror, injusticia social o tercer mundo- están amargando nuestro quehacer. Por eso, tarea para el tercer milenio que llama a la puerta es la conquista de ser felices en sociedad así como quitar la razón a Cioran en eso de haber perdido todo al nacer. Apuntamos a una soli­daridad, porque el hombre es un «ser­ con» sobre el que filosofaba Heidegger.

Solidaridad que implica una vida democrática y tolerante muy lejos de esas ideologías que llevan al individualismo. Ideas que provocan el aislamiento, buscan el equilibrio interior, (que no sé cómo pueden llegar a él estando sordos ante los problemas que nos limitan), se adentran  en el refugio de uno mismo…, una especie de nuevo cinismo no comprometido. Pero podríamos llegar a un ideal humanitario, un humanismo  que, por lo menos, nos haga dignos para los próximos mil años sin olvidar el avance del pensamiento y de las ideas junto a la ciencia y la técnica.

Ubaldo Fernández

Profesor de Filosofía

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