Una reflexión de hoy

¿Tiene  sentido la filosofía como única alternativa?, ¿para qué filosofar?, ¿para hacer de la existencia un sinsentido?,  ¿para darnos cuenta que el pensamiento complica nuestro proyecto de vida?, ¿Hasta qué punto es conve­niente la profundización en eso que denominan el porqué último de lo que nos rodea y de nosotros mismos?. Parece que la ciencia, en su observación y experimento, nos quiere alejar de la curiosidad por nuestro entorno. Pero, ¿no nos complica también el saber científico con su descubrir que estamos perdidos y en soledad en un universo del que no tenemos ninguna certeza, sino sólo unas vagas aproximaciones?. Tal vez la respuesta auténtica sea el sentir de los poetas: la belleza y !a vida. ¿No es más hermoso sentir al amanecer la gotita de rocío sobre el jazmín?. El poeta, a quien Platón no quería en su República porque distraía el espíritu de esos hombres sumidos en la teoría de las ideas, de esos que perseguían lo lejano, más allá de los cielos, con un olvido inhumano de lo humano…,el poeta, decimos, vive  de la vida y cada noche cuenta las estrellas no para investigar su nacimiento o muerte sino porque son bellas antorchas que velan mientras duerme su hermano el sol. 

 A lo largo de nuestro caminar  y cuando  ya  dejamos atrás media vida, nuestro recuerdo interesado  e interesante no  es el teorema  de Pitágoras o que  el adjetivo acompaña al sustantivo en género y número. Nada más lejos. Es el amor imposible e ideal o aquel amigo que te recuerda tantas aventuras y con el que, cuando lo encuentras de vez en cuando, reanudas siempre la misma con­versación. ¿Voy a reflexionar sobre el acto y la potencia de Aristóteles o el Tractatus de Wittgenstein cuando me inundo de paz y sosiego pasando por mi imaginación aquellos carámbanos que observaba por los caminos en el crudo invierno y que, como si fuesen un regalo de la naturaleza, yo saboreaba a modo de un dulce que hubiese comprado en las fiestas?. iBenditas sean las patadas que dábamos a un balón de goma (a veces pinchado, pero no había otro), benditos los nidos que robábamos en el campo!… Ahora parece como si nos hubiesen cortado las alas. Han invadido el campo las máquinas, las prohi­biciones y hasta los anuncios publicitarios. ¿Dónde se ha escondido el agua cristalina que  servía de espejo a Narciso? ¿Qué égloga nacería hoy de la pluma de Garcilaso? De tanto cono­cimiento e investigación se nos ha que­dado pequeño el mundo…, lo peor es que no tenemos otro.  La infancia que pasó  y para la que no  tenemos paisaje… sólo el recuerdo que, por irrecuperable, arrastra tristeza.  

Hay que airear el serio mundo de la filosofía y la ciencia y volver la mirada al corazón para comenzar un nuevo milenio con la esperanza de la «edad dorada» del poeta Virgilio. ¿Cómo vamos a saber si la vida tiene sentido cuando la alfombra de la primavera nos entra a los sentidos a través de unas frías imágenes de televisión?. El sentido feliz está en el perfume que percibimos al contactar nuestro cuerpo sobre la hierba repleta de florecillas y encharcar nuestros pies en el regato que huye entre piedras resbaladizas. Es el único respiro que tenemos ante la invasión de la seriedad que nos llega del filósofo  que  se pierde en la profundidad y en la nada o el hombre de ciencia que matematiza, como Pitágoras, toda la realidad. i Qué equivoca­ción!. No es el número quien  compone la vida, es el agua con  su danza, es la canción del viento moviendo las hojas del álamo… iQué equivocación discutir y discutir sobre el sexo de los ángeles mientras el azul del cielo permanece sobre nosotros!. Pienso que el único sendero para nuestra humanización viene de ese horizonte que adorna el arco iris. Yo no quiero saber la descomposición de los colores como lo descubre Newton, yo deseo mojar­me con  la tormenta  para  secarme con los rayos de sol que darán a luz la luz de los colo­res. Ahí estará nuestra dicha y volveremos a casa a corazón descubierto con un pensa­miento que irradia y enciende la hoguera  de la vida. Esta es la respuesta a esa última pre­gunta que, durante tantos siglos, invade nues­tra curiosidad. Decía Nietzsche que «amo los mares profundos como los ama el sol y en eso consiste el auténtico conocimiento». Así es, y dejemos al Nietzsche del nihilismo ,del insulto y del tan discutido superhombre. La verdad se esconde no  al modo de  la ale­theia griega, sino en la risa del niño que  lle­vamos dentro, en su juego y animismo.

¿Para qué filosofar?. Ya lo hemos preguntado más arriba. No se pretende, y debe quedar como cierto, una renuncia al pensamiento y la reflexión. »Todos somos filósofos», creo que comentó Popper o, sin ir más lejos, «la filosofía es algo inevita­ble», decía nuestro Ortega. Así es. Mas el empecinamiento en un solo color del cristal por el que nos asomamos al mundo es un error. Defiendo la mirada especial del sentimiento, la vida, que  es lo nuestro. No podemos eclipsar la puesta del sol distinguiendo con Kant entre el fenómeno que nos llega y el noúmeno incognoscible, pues lo incog­noscible es la sensación de belleza que nos desborda. Es lo místico y no la lógica aplastante, que tiene su lugar y momento, en su deseo de racionalizar todo. De ahí que el oriente espiritual nunca comprenda al occidente here­dero del racionalismo griego, aunque el griego de a pie, junto a sus dioses, estuvo más al lado de Eros o Dioniso que de la armonía apolínea.

¿Quién hoy, en la agonía del siglo XX, lee a los poetas?. Una minoría. Ahora bien, los libros técnicos llenan las estanterías, el poder establecido aconseja y apoya la ciencia y la téc­nica como única salida para lo que viene. Y lo curioso es que estos conocimientos aconsejados y alabados nada saben sobre el amor, la vida o la muerte. Temas rancios en la filosofía. Pero en nuestro sentir se prefiere  la  muerte  como compa­ñera última de la vida y pasar en la barca con Caronte antes de vivir con la definición de «seres para ­la muerte», que siempre porta el matiz de condena, absurdo, negación o soledad. Yo soporto mejor el calor del sol imaginándome a Helios conduciendo su carro de fuego de este a oeste que la explicación aburrida sobre el calenta­miento de la atmósfera; es más bello Prometeo robando el fuego a los dioses para dar vida y conocimiento al hombre que El Origen de las especies como teoría sobre lo humano. ¿Qué sería de Nietzsche o de Ortega sin la metáfora, esencia de  la poesía?. La belleza de la filosofía de Platón se manifiesta en una reflexión singular ador­nada de mitos: los prisioneros de la caverna, el carro alado, el juicio de las almas…,hasta la famosa «mentira real». Pero cuando el logos, desde Aristóteles  hasta hoy, oculta el mito nace una filosofía árida, un desierto sin oasis que  “arde por el amor de una yerbecilla», citando al maestro Tagore.

El deseo humano no es otro que la felici­dad. Pero pensar si somos felices lleva siempre el sello de la melancolía -parece ser que para Aristóteles «la melancolía es la virtud del filóso­fo»- pues la felicidad no se piensa, se siente. Por esto insistimos en la línea del corazón que no quiere sino ser feliz; la senda del pensamiento se pierde por otros  paisajes que, no lo podemos negar, son necesarios para nuestra evolución, nuestra técnica o nuestro bienestar físico así como la sed de teorizar, fruto de la extrañeza, sobre lo que nos rodea. Esa manera de  ser feliz , ese entu­siasmo en su sentido etimológico, bebe en las fuentes de la libertad, de la solidaridad y del amor. Una reunión de amigos, unidad en amistad, des­prende un fuego que no es comparable a la dispu­ta científica sobre los agujeros negros o las controversias filosóficas sobre los conceptos universales. En los diálogos socráticos no era el problema de los conceptos lo que arrastraba a dejar pasar largos reta­zos de tiempo en compañía de los contertulios, sino el placer de la risa, del comer y el disfrute de estar con  los demás. Los imperativos del corazón sí son categó­ricos o, si no lo son, hagamos que lo sean.

¿Por qué ahora, después de años de clases y lec­turas empapadas de pensamiento filosófico, huyo hacia las razones del corazón?. Huyo para defender la sensi­bilidad ante una máquina que, con su lógica aplastante, desplaza al hombre, margina el trabajo manual y es capaz de jugar al ajedrez con una velocidad fuera de lo común.

Huyo para denunciar las políticas racionales que lo tienen todo programado y desembocan en beneficio de  la minoría abusando de una demagogia para satisfacer a la mayoría…, como en esa mencionada república  platónica tan ordenada, clasificada y justificada por la «mentira real»: a unos nos han hecho de oro, otros de plata y otros de hie­rro… -este tipo de gobierno, según B. Russell, hubiera sido como el de  los nazis en el supuesto de haber ganado la guerra-. Abandono de una filosofía que todavía se pierde en elucubraciones metafísicas, que vuela demasiado alto, y, desde su mirada, el ser humano queda ignorado. Defendemos la puesta en marcha de un proyecto para  la humanización que  se acerca a la sociedad porque habla con un lenguaje comprendido por todos. El maestro de la palabra, el sofista, sobra en unos tiempos en que la justicia solidaria es la llave para correr el velo  de entrada  al futuro. La praxis se alza por encima de la teoría, ya que ésta deja las cosas como están después de  haber  agotado  el discurso racional.

El filósofo que todos  lleva­mos dentro, nuestras interrogacio­nes profundas provocadas por las cosas y las circunstancias, nos acompañarán siempre. Pero no encaminemos nuestro afán en racionalizar todo -¡bastantes filósofos cayeron en este error!-. De la racionalización al pragmatismo y cosificación hay sólo un paso. El corazón comprende y razona de otra forma. No es la razón humana con sus poderosos pensamientos quien renueva la hoja en el otoño, es el viento con un susurro amante y solícito para la hoja caduca. En fin, ¿para qué filosofar?, ¿para qué la exactitud de la ciencia?. Nuestra mitología no se entretiene con los devaneos de Zeus, el romanticismo de Orfeo y Eurídice, la fiereza de Marte o la belleza de Venus; el dios-dinero se pasea por nuestras pantallas, corremos tras el coche más veloz ,nos acomodamos en la casa más confortable. Nuestra mito­logía y sus dioses han bajado del Olimpo y se divierten con nosotros en un juego sin sentido. Si la historia  sigue sus ciclos no cabe duda que seremos criticados como una época que descuidó demasiado su amor a la sabiduría desinteresada. La acusación vendrá  por no comprender al  lírico, por vender los sentimientos o encauzar mal las pasiones. Por haber volado tan alto por el universo y no humanizar  la tierra. Porque, después de tantos siglos, aún no sabemos dónde vamos y menos todavía de dónde venimos; pues es más fácil quitar el sentido a la vida que buscarlo. No tenemos un joven bello a quien amen los dioses y le entreguen la juventud eterna, aunque, al desobedecer, se convirtiera en flor, en Narciso… no lo tenemos, aunque hemos clasificado todas las especies de plantas que conocemos. No es positivo el olvido del sentimiento, hemos hecho apología de ello hasta la saciedad, «porque en el rocío de las cosas pequeñas el corazón encuentra su mañana y toma su frescura”, lo podemos leer en «El profeta» de Khalil Gibran.

Ubaldo Fernández

Profesor de Filosofía

You may also like...