Filosofía de la liberación

Dicen que hay que «tomarse la vida con filosofía», dando a entender una tranquilidad, un cierto estoicismo ante el existir. No es cierto: filosofar, como el mismo verbo indica, no es otra cosa que complicarse la existencia, desear saber, permitiéndonos la osa­día de una traducción práctica, hiperbólicamente libre. Por eso, tomarse la vida con filosofía es la invitación a las profundidades del hombre y de lo que nos rodea guiados por la chispa, después fuego prometeico, del asombro y la curiosidad que tanto nombraba Aristóteles o, en nuestros días, de la interrogación adolescente de Sofía («El mundo de Sofía» de Jostein Gaarder) o de Nora K. en «El café de los filósofos muertos» de Vittorio Húsle. Complicarse la vida lleva implícito el cambio, el no dejar las cosas como están: en nosotros mismos y, como consecuencia, en la circunstancia inevitable que nos rodea.

Pero ¿qué es de ese punto de vista en nuestros alumnos que hace de la filosofía algo inútil, serio y alejado de la vida? ¿De dónde viene la dificultad de esta materia? ¿Por qué es algo aburrido? ¿Por qué disminuyen las matrículas en los departamentos de Filosofía  Pura? Creo que estamos dando una imagen parcial de «ese amor a la sabiduría» y nos centramos en teorías del conocimiento, en problemas de ser y no- ser, en metafísicas y elucubraciones interminables. En resumidas cuentas: hemos hecho aparecer el bostezo con nuestro discurso.

No hay ánimo de desprecio hacia los metafísicos, teóricos de la gnoseología o mensajeros de la ontología. Pero el lado práctico de la filosofía se nos ha ido demasiadas veces de la pluma y ha caído en el tintero del psicólogo, del sociólogo o del político así como del teórico de la moral. Dialoguemos sobre esa función práctica, que a veces se acerca a las teorías religiosas, de la filosofía. Nuestras líneas son hoy para una filosofía que libere: para un nuevo milenio nuevos intereses, discurso humano que, como catarsis, reconduzca al hombre actual y agudice la reflexión comprometida de esos alumnos que se toparán – cada vez menos según los actuales planes de estudio- con esta asignatura. De otra forma la filosofía será «tachada», como escribía F. Savater hace unos años.

Hablamos de liberación cuando recordamos a Epicuro y aprendemos que «la filosofía es la medicina del alma» y que nuestro interior, razón y corazón, también precisan, como nuestro cuerpo, de unas recetas médicas para vivir. Hoy, que tanto se escribe sobre autoestima, inteligencia emocional, dominio de sí, sanar nuestra propia vida…, necesitamos más y más salir de nuestras casillas: «conócete, acéptate, supérate», en palabras de San Agustín. Porque ya es hora de hacer de la filosofía no sólo «una preparación para la muerte» que decía Platón, y además estaba en lo cierto, sino una guía de nuestra propia vida: saber a dónde vamos. Porque las líneas fundamentales de los que han dicho algo grandioso en la historia del pensamiento siempre han apuntado al hombre de carne y hueso, que vive un momento concreto, y que será más digno si le tratan como un fin en sí -filosofía práctica de Kant- que no un medio para saltar a la otra orilla. Porque nos liberamos de la alineación si nos comunicamos, (ética del diálogo), en una intención de arreglar el mundo siendo conscientes de la carga utópica que ello conlleva. Habermas llevaría razón.

Semejante a la Teología de la Liberación que quiso cambiar el cristianismo -pensemos en Karl Rahner o su discípulo Leonardo Boff castigado por el Vaticano desde 1985- y dar aire fresco a una iglesia reacia al cambio, nosotros optamos también por eliminar las cadenas de un pensamiento demasiado abstracto a veces y apostamos por un existencialismo. Existencialismo  que lleva nuestra reflexión a la vida: «el silencio místico» del primer Wittgenstein como una forma de caminar alejado de la aridez y exactitud de las ciencias naturales. Amor, felicidad, sentido…, educación en humanidad es la belleza poética de la literatura, la paz de la armonía que regala la música, el goce de los sentidos por medio de la pintura, escultura, arquitectura… Vivir intensamente es la liberación del miedo que provoca la ciencia que todo lo sabe o la técnica con su mirada  inhumana de lo humano. Beatus ille…

Toda nuestra historia de la filosofía está repleta de sentido humano y sería casi interminable espigar citas que lo confirmen. Sin embargo, lo que sale a la luz actualmente es el privilegio de la ciencia y, ante esto, prestemos atención a Chuan-Tsé y sepamos el límite del positivismo: «cuando notes que ya no sientes la belleza de la montaña y el agua». A esto queríamos llegar: la atadura que lleva en sí un pensamiento demasiado teórico, la falta de humanidad en el cálculo, la sinrazón de las razones… pues «sé filósofo, pero en medio de toda tu filosofía continúa siendo hombre», aconsejaba el escéptico Hume. Y pedimos perdón por el abuso de citas.

Para esta liberación que pretendemos hoy es condición necesaria la conversión en diálogo de ese monólogo escrito a lo largo de los siglos. La hermenéutica de la obra escrita deja de ser la discusión del ser o no ser en Parménides que, aunque tenga valor, no es el único valor. Descendemos en nuestro vuelo y entonces ser filósofo hoy es un compromiso ante la sociedad. El intelectual, volcado hacia lo humano, desata los nudos de la injusticia y de la falta de transparencia; su pluma no es una isla en medio del océano, su pluma es  la  dialéctica  dentro  de  la comunidad…, sin hacer mención de la responsabilidad inevitable del intelectual docente que, ante un grupo humano con proyecto de futuro inmediato, está obligado a encaminar, educar…, al margen de la carga cognitiva de su labor.

La pregunta del hombre por el sentido, el miedo ante la naturaleza y los dioses, la fugacidad de la vida, los caprichos del amor y del sentimiento… Aquí pedimos auxilio de la reflexión filosófica, la luz que anule las tinieblas y nos dé un lugar en la vida a pleno sol. Con mejor estilo y sabiduría lo subrayaba Nietzsche al definir la filosofía: «yo soy un bosque de tenebrosos árboles y una noche oscura, pero quien no se asuste de mi soledad, bajo mis cipreses encontrará unas rosas trepadoras». Y es que lo venimos repitiendo: ¿para qué la filosofía? Para hacer humano al hombre que es igual que hablar de la honradez y la claridad, para que nuestra juventud en las aulas despierte con ese espíritu crítico -propio del pensamiento filosófico- y sueñe con hacer realidad (y ojalá lo logre) un mundo liberado,  un mundo habitable como lo entendían aquellos sistemas éticos, refugiados en el individualismo y la libertad interior, en el helenismo: «la naturaleza no hizo a los hombres siervos y rectores…» (Epicureísmo) o «todos iguales y ciudadanos del mundo» (estoicos).

En fin, todos estos párrafos sólo pretenden una invitación para acercarse a la filosofía y, de este modo, «irnos de vacaciones» de lo práctico, de la utilidad, de lo intelectualmente serio. Adentrarnos en el optimismo de la armonía interior y así, como bálsamo que relaja, demos entrada a ese matiz, casi místico, que regala una lectura filosófica que nos pone en la dirección correcta hacia el hombre y sus valores y derechos fundamentales.

Ubaldo Fernández Díaz

Profesor de Filosofía

Seminario de Ética

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