¿A qué llamamos posmodernidad?
Escribía Michel Le Bris que «Dios ha muerto, Marx ha muerto y yo mismo no me encuentro bien». Y con esta premisa se nos pasa este último siglo que, junto con este año 2000, acaba con el segundo milenio. Pero estas fechas que, por suerte y azar, nos toca vivir, llamadas posmodernas, son la herencia y la defenestración de aquellas ideas ilustradas que nacieron, con un ingenuo optimismo, en aquel apodado siglo de las luces. Aquella luz que no era sino la razón al servicio del hombre, fue un atreverse a salir de nuestra infancia, de la razón guiada, de nuestra minoría de edad, según la afortunada definición kantiana.
Así los filósofos de la Enciclopedia soñaron y provocaron, como no podía ser de otra forma, con la fuerza de las ideas, una revolución auténtica en nuestro país vecino. Pero algo falló y el terror que sembró Robespierre nos anuncia que la libertad y la organización político-social no se llevaron bien. Asoma así una razón que se hace instrumental y ya no es fiel a sus orígenes: libertad, igualdad, fraternidad, progreso, optimismo histórico…, se tambalean. Ésta razón instrumental, razón adulterada, va sembrando año tras año su semilla. Todavía hoy recogemos sus frutos. Así el concepto de ser humano, como veremos en seguida, será objeto de grandes pensamientos. Así dos guerras mundiales se encargaron de la derrota y apagón de aquellas luces ilustradas. No será vencida Alemania: es derrotada la razón, lo cual es mucho peor.
Aquel hombre que se sentía mayor de edad y preso de la curiosidad y que, como Ulises y después de innumerables avatares en su historia, vuelve a la casa, vuelve con la intención de nuevos planteamientos. Camina en regreso con los ojos de par en par: no quiere privarse de nada. Comprendemos ahora, según el profesor Francisco Jarauta, que Adorno anotase en los márgenes de unos apuntes y siendo consciente de lo que hemos hecho con la razón, aquellas palabras: «¿Dónde está ahora Ulises?». Aquel hombre, decíamos, en estos últimos ciento cincuenta años ha sido blanco de grandes críticas. Así Marx nos ha denunciado por no saber hacer de la tierra un paraíso sin clases olvidándonos y superando la diferencia de clases. Nietzsche nos dejó huérfanos porque Dios ha muerto y hay que cambiar la moral y ser fieles a la tierra. Pero no olvidemos que tenemos un interior inconsciente que nos priva de una libertad y más que pensar somos pensados; así lo descubre el Psicoanálisis de Freud. Y no somos los reyes de la creación pues no dejamos de ser evolución de especies inferiores: Darwin lo atestigua. ¿Y si estamos inmersos en unas estructuras en grandes totalidades y organismos que, como fuerzas anónimas, nos determinan? Por eso Michel Foucault hablaba de la muerte del hombre. Y así vamos.
Entonces, ¿a qué llamamos posmodernidad. A la ruina de la razón que, después de criticarla Kant en sus aspectos teóricos y prácticos, parecía erguirse hacia un horizonte claro en el que todo podía ser racional y estar seguros de nuestro proyecto hacia un mundo que recordaba esas edades doradas soñadas en la historia. Pero hemos desembocado en la sinrazón y no lo podemos negar: la situación social es testigo. De ahí que la filosofía de la existencia, en el mediodía de siglo XX, haya sido el único humanismo que, con el compromiso moral de la honradez de Albert Camus -por no citar otros-, quiso plantear de nuevo la cuestión humana. De poco sirvió.
¿A qué llamamos posmodernidad? ¿Al ser humano que con su ordenador navega por Internet y se comunica con el otro sin mirarle a los ojos y sin sentir su calor? Cuando las Organizaciones No Gubernamentales aparecen por doquier es porque algo estamos haciendo mal, porque la razón duerme y las imágenes oníricas con sus monstruos nos acechan y dominan. Y la ciencia nos desborda, eso sí, pero no sabe nada del amor, de la belleza del agua y de la montaña… Parece necesaria una Bioética, porque la Biología invade terrenos demasiado humanos y nos quedamos asombrados y perplejos ante la ingeniería genética actual.
Por última vez: ¿a qué llamamos posmodernidad? ¿A la técnica que nos uniforma’, cosifica y aliena? Leamos a los filósofos de la Escuela de Frankfurt. Quizá la crítica más fuerte de la razón instrumental, pero sin hacer mito de la ilustración ya que los mitos muchas veces frenan las ideas y cortan alas al progreso. El hombre nuevo, que tantas veces ha sido propuesto en la historia, aparecerá de nuevo en la utopías del siglo XXI, que será la época -ojalá acertemos- del sentimiento que se aleja del uso indebido de la razón. Así, y dejándonos casi todo en el tintero, recordemos aquella proclama de Jacques Derrida en un discurso de 1996: «Cosmopolitas de todos los países, ¡un esfuerzo más!».
Ubaldo Fernández.
Profesor de Filosofía
Seminario de Ética.