Apostar por la sonrisa

Si nuestra situación histórica y social nos incomoda dará lugar a una convivencia difícil: nuestra propia vida queda anulada, convivencia con nosotros mismos sin ser nosotros; nuestra relación con los demás, necesaria sociabilidad, se enturbia y toma los hábitos de la soledad marginada. Los vientos no siempre son favorables, los dioses padecen una sordera distante bañada de ignorancia. Todo hace que respiremos un oxígeno viciado, una energía negativa, cuyo origen está en cada uno, que se transforma en múltiples aconteceres cotidianos y nos arrastra alejándonos de las verdes orillas hasta un mar sin fronteras. Y lo curioso de la situación es que nos convencemos que debe ser así…, claro que hemos tenido buenos maestros: los que odiaron la vida como a una herida absurda, los que gozaron sufriendo. Pero nuestros latidos son precisamente ansias de vivir y deseos de vencer lo insoportable.

¿Y si sonreímos al dolor e inundamos la vida de risas como desborda la primavera los campos con sus flores? De eso queremos tratar sin acudir al remedio fácil de aceptar estoicamente lo negativo en la esperanza del premio final, pues «largo me lo fiáis» que decía nuestro D.Juan.

Caeríamos en lo que Unamuno gustaba llamar «sentimiento cómico de la vida» en contraposición de esa otra preocupación suya que era el «sentimiento trágico de la vida», la duda seria de buscar el rumbo a la vida en la inmortalidad con Dios como garantía segura. Pero la risa lo purifica todo, la energía positiva que contagia y que, en el fondo es eso: superación de situaciones límite y  trascendentes de la convivencia humana. Porque el ser humano, que se rodea y le rodean de conflictos de la más diversa índole, debe apostar por una solución que no agrave más el problema, no echar más leña al fuego que ya arde solo. El optimismo rezuma empatía y con ella nos acercamos a las circunstancias, (esas que, según Ortega, no podemos evitar), con otros aires, con vientos favorables que son los que mejor soplan. La solidaridad evita el aislamiento, que es un peligro para el hombre .El hombre no puede vivir con su dolor a solas…, lo agranda. Y necesita de su sonrisa para superarlo y de la simpatía del otro para anularlo o, al menos, comprenderlo. Así es más soportable. Estamos en el diálogo feliz.

Freud, que entendía el problema humano, veía en el humor, que también es •una manifestación de la sonrisa, una descarga de energía psíquica en la que se manifiesta una liberación del «principio del placer» en conflicto con el» principio de realidad». Queremos desembarazarnos del problema riendo. Y es lo mejor. Evitamos sufrimientos, solucionamos y acortamos distancias. Nada más sano que reírnos de nosotros mismos. Si todo fuera el camino de rosas del que se habla siempre no inventaríamos el humor y la vida sería así de agradable…, «por eso en el cielo no hay humoristas» (Mark Twain). Luego donde falta el dolor, también sobra el humor. En situaciones adversas es preciso hacerse presente con la sonrisa que contagia. «Cuando el hombre sonrió el mundo le amó, cuando rió le tuvo miedo», escribe el maestro Tagore, a quien ya hemos comentado en esta revista, y quien también apuesta por la sonrisa. Porque es esa catarsis, purificación, que necesitamos para apartarnos de nuestra equivocación que molesta y nos molesta; como penitentes que se renuevan con cenizas, nosotros, a estas alturas de los tiempos, vemos amanecer el momento del cambio de rumbo y la apuesta. Nuestro laurel será una especie de felicidad -palabra imposible- compartida en un ambiente desintoxicado. La sonrisa, siempre la sonrisa. Y la solución en nosotros, en cada uno acortando distancias y estrenando alegrías y bienestar. 

¿Puede imaginar el lector lo que significaría una auténtica sonrisa, no máscara de sonrisa, entre líderes políticos que se rechazan por sistema, ideas y circunstancias? ¿No llegaríamos también a un entendimiento en esas políticas espirituales de las iglesias, políticas que se enfundan en el dogmatismo? ¿Y la sociedad? Sería una forma de hacer que los Derechos Humanos fuesen realmente puestos en práctica. ¿No encontraríamos una especie de equilibrio cuando nuestra mirada se pasease entre rostros que sonríen, entre amabilidad, respeto y simpatía? Porque la simpatía, ese contacto agradable entre el tú y el yo, el nosotros, es amiga inseparable de la sonrisa. Y cuántas páginas se han escrito en la historia sobre la simpatía y la amabilidad y cuántas morales han visto aquí el único remedio para dar sentido al existir.

Por esta línea que llevamos, podemos, topar con el pensamiento utópico. Que desaparezcan los malos rostros, que las miradas sean radiantes y dibujemos una sonrisa que atrae, que el odio busque casa nueva… La utopía, por imposible, se hace presente, porque siempre es el horizonte lejano. Y para esto sirve: nos reímos del presente y nos esperanzamos con el futuro en convivencia pacífica, en una soñada «edad de oro» que cantaban los poetas. Este es el lado positivo y recomendable del afán utópico. Y es el imán que nos mueve. 

Dejamos, a modo de conclusión, algo para meditar en esa cadena que engarza sonrisa-simpatía-solidaridad para hacernos dignos y dignificar nuestra circunstancia. Nos referimos a ese pensamiento oriental, demasiado desconocido e ignorado a causa de la influencia y dominio de la filosofía griega en Occidente, que vela por el hombre. Su predicación sobre el desprendimiento de lo que nos ata y enturbia la relación humana, la condena del odio, el egoísmo…, tan contrario a la sonrisa de Buda, enigmática y a la vez tan natural que hace respirar paz con uno mismo-el «sé fiel a ti mismo» o «sé el que eres» de Píndaro-y sonrisa y amabilidad entre los demás.

«En este mundo producen la felicidad la bondad del corazón, la moderación para con todos los seres. En este mundo producen la felicidad la ausencia de pasiones y la superación de los deseos. Pero la destrucción del egoísmo es en verdad la felicidad suprema».

«Si en la batalla un hombre venciera a mil hombres, y si otro se venciera a sí mismo, el mayor vencedor sería el segundo»

«El odio no puede nunca detener el odio; sólo el amor puede detener el odio; esta ley es antigua» (Jorge Luis Borges, El Budismo. Ed. Emecé. Barcelona. 1991.)

Ubaldo Fernández Díaz

Profesor de Filosofía

Seminario de Ética

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