Logos, Eros, Mythos

«No tiene el griego clásico un código moral tan estricto en materia sexual como el que pueda existir en nuestros días…». (J. V. Rodríguez Adrados). Cualquier estudiante, en sus libros de filosofía, historia o arte, se construye una idea sobre el hombre griego de la antigüedad como símbolo de equilibrio; su ingenio filosófico, artístico o literario asombra: Sócrates, el hombre más sabio y virtuoso, el divino Platón , Arquímedes, Eurípides…Ante ello, nuestra mente forma una imagen de un pueblo sereno, democrático, intelectual  y ejemplo para los que le siguen. Es el Logos: razón, pensamiento.

No vamos a negar esta visión, pero junto a ella se alza el Mythos, la leyenda que les arrastraba como una religión y encantaba a la vez; y consecuencia de ello sale a la luz el Eros: si los dioses, como Zeus o Afrodita, adoran el sexo, ¿por qué no los mortales?. Junto a ese equilibrio anterior está el desenfreno. No era lo más importante la filosofía o la ciencia, el cuerpo era también importante. De ello hablamos.

Los juegos eróticos hoy considerados casi perversos eran algo normal para un griego. Las reuniones  intelectuales con cena incluida y que duraban horas y horas discutiendo sus temas favoritos (filosofía, política, ética), casi siempre acababan con una sesión de sexo en grupo. En otras ocasiones se celebraban las orgías sólo con prostitutas – el hombre romano invitaba incluso a su esposa, pues la mujer romana parece ser que estaba más emancipada que la griega-. El amor lésbico (recordemos a la poetisa Safo de Lesbos), se daba en la sociedad helena de una forma discreta. No era este el caso de la homosexualidad. En sus ardientes orgías y en las reuniones intelectuales anteriores a ellas, llegaban los filósofos y hombres de ciencia bien acompañados de jóvenes amantes del mismo sexo. Porque la homosexualidad, prohibida entre adultos, era de «interés pedagógico» con adolescentes; ahora bien, no estaba permitida la penetración y los tocamientos y frotamientos de muslos ponían límite a la relación carnal. Incluso Sócrates, según cuentan, se enamoró de Alcibíades. Claro que de Zeus se conoce una aventura homosexual con Ganímedes, que luego sería el escanciador de los dioses. Podía, por el contrario,  buscar  placer el hombre griego con prostitutas sin ningún tipo de problemas.

Todo ello era así: el contraste Logos- Eros. pero ¿y el Mythos?. «A los dioses atribuyeron Homero y Hesíodo todo cuanto entre los humanos es objeto de censura y aprobio: robar, cometer adulterio y practicar el mutuo engaño» (C. García Gual citando a Jenófanes). Ahora comprendemos que Platón , en su equilibrada y justa República, expulsase a los poetas. La mitología se interpreta como algo peligroso para el pueblo, una mala educación; la moral no existía para los dioses griegos, sus actos no son un ejemplo para los mortales. Ellos, los superiores, gozan de la vida y viven el momento, el «carpe diem», aprovecha el instante, tantas veces cantado por los poetas.

Y es que en la historia de las religiones nunca hubo dioses más promiscuos que los griegos, lo cual no es impedimento para calificar la mitología griega  de grandiosa. La sexualidad estaba relacionada con los dioses a quienes creían  especialmente dotados para el sexo. Zeus era el mejor ejemplo o, ya en hipérbole, Príapo, hijo de Afrodita, con una erección permanente de una órgano sexual con tales dimensiones que no podía copular y, ante esta desgraciada situación, inventa la masturbación… Imaginando la singular vida de Príapo no podemos dejar de recordar aquel poema de Quevedo con aquello de «Érase un hombre a una nariz pegado…», aunque en esta ocasión tengamos que sustituir el término nariz por otro más divertido en sus quehaceres. Afrodita, Venus, siempre estará rodeada de amantes.

El dios de dioses, Zeus, no dudaba en disfrazarse para sus fines amorosos, dando así ocasión para la inspiración de poetas posteriores. Adoptando la forma de cuclillo seduce a su hermana y luego esposa Hera; para obtener los favores de Leda hace suya la fonna de un cisne; con Europa se convierte en un toro; una lluvia de oro será su presencia para atraer a Dánae; no vacila en tomar la imitación del cuerpo del marido de Almena para caer en sus brazos. Y así sucesivamente. Por su parte Afrodita, no contenta con el amor de los dioses, hizo sucumbir ante ella a muchos mortales. Ella incita a la voluptuosidad y vicio. De Afrodita, afrodisíaco como de Eros erótico o de Venus venéreo. Hasta en el mismo lenguaje se pueden hallar las reminiscencias de esa gran leyenda griega.

Las tan nombradas fiestas bacanales se las debemos y agradecemos a Dioniso, dios del vino y relacionado con las fertilidad. En su honor eran las fiestas religiosas que empezaban celebrándose en septiembre, en la vendimia, y luego el pueblo fue añadiendo ritos orgiásticos en los que los participantes perdían el control de sí mismos, sumidos en la embriaguez y el éxtasis. De la religiosidad se pasó a la orgía, de la borrachera espiritual -éxtasis- a la embriaguez absoluta que ofrecía el vino de Baco.

Es gratificante este tipo de lecturas, fuera de lo corriente y a veces sepultado en la ignorancia. En ellas encuentra el lector la historia de un pueblo que navega entre la razón y el corazón, la mente y la pasión. Es así todo lo que baña el Mediterráneo: Grecia, Italia, España…En sus huellas podemos rastrear hasta el momento actual, porque en el hombre siempre se refleja la creencia del Olimpo. Y esa •es la vida, la sorprendente vida natural. La mitología como fuente inagotable hacia el conocimiento del hombre con sus almas sensitiva y racional. Hacer a los dioses más humanos y endiosar al hombre. En el resto queda la represión y la hipocresía. Porque el saber, investigación y pensamiento, Logos, no es estorbo para el Eros, corazón y sentimiento, ni la imaginación y fantasía, Mythos, que se materializa en la escritura provocando el nacimiento de la leyenda, debe ser alejada de lo humano

Ubaldo Fernández

Profesor de Filosofía

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