Desde la duda – Ludwig Wittgenstein

Leer  a Wittgenstein es toparse de lleno con la originalidad y el asombro de alguien que piensa y vive de una manera no habitual en la historia de la filosofía, – y eso que en el Olimpo de los grandes en  la reflexión hay siempre retazos de singularidad-. Su obra, de la que esbozaremos sólo lo que atrae, se  conexiona con un vivir, del que dibujaremos unas líneas, ajeno a  una mente actual más o menos cuadriculada. 

Como muchos de los privilegiados de Minerva, Wittgenstein, que nace en  Viena en 1889, era de ascendencia judía, en semejanza con Marx, Freud, Einstein… Se va a interesar por las matemáticas y estudiará con B. Russell, uno de los lógico-matemáticos más Importantes de nuestro siglo. Cuenta éste que un día  se  acerca Wittgenstein a él y le pregunta: «¿Sería Vd. tan amable de decirme si soy  un completo Idiota o no?.  ‘Mi querido compañero, replica Russell, no lo sé. ¿Por  qué me lo pregunta?’. ‘Porque, responde, si soy un completo idiota me haré ingeniero aeronáutico; pero si no lo soy, me haré filósofo». Sin comentarios.

Voluntario en  la  guerra del 14 y condecorado por su valentía. Pero también aprovechó esta contienda absurda, como todas, para  escribir. Anota en una agenda  su  diario en  la página izquierda y los  apuntes que perfilarán su Tractatus Logico-philosophicus, su primer libro, en la página derecha.

Este breve trabajo, aforístico y personal, no puede ser descrito…, sólo cabe interpretarlo. ¿De qué trata entonces? Con pocas palabras: la doctrina central es la llamada «teoría pictórica del significado», es decir, el lenguaje consta de proposiciones que pintan el mundo, las proposiciones son las expresiones perceptibles del pensamiento. Lenguaje y realidad comparten la misma «forma lógica». Ejemplo: «la  mesa  es blanca» será una proposición verdadera sólo si existe el hecho de una mesa de color blanco que nosotros podemos demostrar aquí  y ahora. Ahora bien, ¿y las proposicio­nes que no  «pintan» los hechos?. Así: «los marcianos jugaban al mus», no tiene demostración, es falsa, es una pseudoproposición además de una idiotez. Claro que si volvemos a reflexionar caemos en la cuenta que eso, la demostración, es precisamente el modelo de  la ciencia  natural. Según la teoría, el lenguaje sería como un mapa de la realidad. ¿Cuál será el lugar ,después de todo, para  la metafísica, para la filosofía?. Es lo indecible, lo místico: «de lo que no se puede hablar mejor es callarse», es la última proposición del Tractatus. Por  eso Wittgenstein, siendo coherente, tiene que abandonar la filosofía («una escalera que hay que abandonar después de haber subido»). De ahí, en fin, que Wittgenstein distinga entre «decir» -lo que se puede demostrar- y «mostrar» -lo que no se experimenta-. Wittgenstein ha puesto límites al lenguaje como Kant puso límites a la razón. ‘»La ética no se puede expresar». «La solución del problema de la vida está en la desaparición de ese problema».

El Tractatus fue prologado por Russell, aunque Wittgenstein no compartiera del todo la interpretación. El Tractatus consta de 20.000 palabras que se leen en una tarde, ahora la comprensión… Lo místico, -ética, religión, estética, filosofía…-, no puede ser dicho y, parece ser, que para el autor lo importante era precisamente lo que no se puede decir.

Coherentemente abandona la filosofía y empieza a dar clases como maestro. Fue desgraciado en este  período pensando varias veces en  el suicidio: «sé que matarse uno mismo es  siempre una cosa  sucia… lo  único bueno de mi vida en este momento es que a veces les leo cuentos de hadas a los niños en la escuela».

La gran fortuna que hereda será  repartida en su mayor parte, como nuevo Mecenas, entre artistas, escritores y  talentos pobres, porque Wittgenstein vive de otra forma. Llegará a trabajar de jardinero en  un convento de frailes,  -dicen los que entienden que pensó hacerse monje, cosa que no nos  extraña-. Afirmará: «el filósofo no es un ciudadano de ninguna comunidad de Ideas. Eso es lo que hace de él un filósofo».

Se decide a aceptar una cátedra en Cambridge y aconseja a sus discípulos  que se dediquen a la agricultura o a algún trabajo manual. Es  un profesor original: corta la discusión y se pone a leer poetas  en voz alta. Accede a enseñar filosofía creyendo que instaba a disolverla. Lo deja  por temporadas y pasaba, de vez en cuando,  un tiempo en la costa Inglesa de Galway solo: unos pesca­dores  le dejaban la comida a varios metros de la choza que habitaba. Todo esto da sus frutos: «nuestra vida es como un sueño. Pero en nuestras mejores horas nos despertamos estrictamente lo suficiente como para darnos cuenta de  que estamos soñando. La mayor parte del tiempo, sin embargo, estamos profundamente dormidos».

Un último punto importante es su obra Investigaciones Filosóficas es que Wittgenstein anula lo dicho en el Tractatus: la teoría pictórica del significado. Ahora «el significado de una palabra es su uso en el lenguaje». La palabra  no  se entiende fuera de su contexto, fuera de las actividades humanas no lingüísticas con las que el uso  del lenguaje está  entretejido. Las palabras son como herramientas. Ya Wittgenstein no aclama el len­guaje Ideal: un solo  nombre para cada elemento de la realidad, como quería en el Tractatus. Ya no defiende las proposiciones a las que obligatoriamente tiene que corresponderles un hecho real y existente.

¿Qué lugar  dejamos a la filosofía en el pensamiento de Wittgenstein?. La filosofía es la terapia de los sinsenti­dos. Así lo mantendrá a lo largo de  sus  escritos. Filosofía del lenguaje. El filósofo  nos sacará de los erro­res causados  por el embrujo del lenguaje. Esa filosofía de siempre, esa metafísica es un «castillo de naipes», un sacar las palabras  de  su contexto. Así y todo, aunque declare que la vida  de  un profesor  de  filosofía es «una muerte en  vida», Wittgenstein, paradoja del destino, estaba abriendo camino a una curiosa escuela filosófica: positivismo lógico y filosofía analítica. Otra vez un filó­sofo que niega la filosofía, el que quiere cambiar  el rumbo de las Ideas porque son ya siglos pensando  lo mismo bajo  la misma perspectiva. Negar  la filosofía es efectivamente una buena forma de filosofar.

El 29 de abril del 51 muere de cáncer en casa de un médico amigo  que  no  permitió que acabase su vida solo en la frialdad de un hospital. «Dígales que mi vida ha sido  maravillosa», fueron  sus últimas  y enigmáticas palabras. No sabemos a quién hay que decírselo y tam­poco lo que  entendía por  esa vida maravillosa. El objetivo, siempre desde  la duda, de estos párrafos es muy simple: salir de  la rutina de  las  lecturas filosóficas modelo y atreverse a otra mirada complicada y difícil, pero nueva.

 

Ubaldo Fernández

Profesor  de  Filosofía.

 

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