El arte de la poda

Llega marzo ventoso y la primavera, de nuevo la esperanza, hace salir esa “primera verdad” que es suelo fértil, como ofrenda lírica, y empuja hacia el azul y débil amarillo lo que se esconde temeroso del frío, escarcha, lluvia o nieve…, que son vida para un nacimiento de color. En este mediodía templado, dos lagartos, “gota de cocodrilo” que diría aquel poeta de los gitanos, de piel vieja y arrugada, medio dormidos al tibio calor, recuerdan en silencio el destierro a escondidas que han sufrido en la ausencia de un ambiente caldeado.

-Hay árboles reclamando la poda, pesan mucho las ramas y tallos que dejarían  sin vida y sin frutos al resto del árbol. Pronto vendrán los leñadores con el hacha. Es el comentario de uno de ellos que, con toda la intención, despierta al compañero de piel verde.

-Sí. Ahí tienes a los que esperan: los longevos castaños que ofrecieron en noviembre castañas para el fuego, para asar y calmar el frío, para recordar a los santos y los muertos. Los arándanos que se ofrecen en mermelada para mejorar la visión nocturna de los humanos. ¿Sabes, compañero, que escuché hace un tiempo un comentario, curioso como todo lo que dicen los hombres, en el que aseguraban que los aviadores ingleses comían en abundancia mermelada de arándanos durante la II Guerra Mundial? Bueno, que vengan y poden para que la dádiva del árbol se renueve también este año.

-No conocía la anécdota. A mí me gusta la poda del olivo, óleo sagrado, ramitas verdes para el pico de las palomas recaderas. Mensaje de paz, aviso de tierra seca para Noé. El nogal también pide aligerar su peso. ¡Inteligente árbol! , con sus pequeños cerebros de poco peso que lo mismo lo saborea el que juzga con buenas ideas que hacen más sabio al que vierte su odio con planes de aniquilación. Los humanos, siempre lo mismo.

-No empieces con lo de siempre, compañero. Deja que poden los árboles. A ver si, por una vez al menos, son capaces de limpiar para que la naturaleza siga su ritmo equilibrado. Que no se presenten con el hacha demasiado afilada…, pueden cortar lo que no deben. Pero hay que podar, eso sí, porque queremos nueces, arándanos, aceite o castañas para el fuego. En otras épocas del año habrá nuevas podas puras y justas para los árboles que quedan.

El compañero no contesta. El calor del sol ha aumentado un poco, sólo un poco, pero suficiente para adormilar su pequeña cabeza y llenar de calma su cuerpo largo y cilíndrico defendido por escamas. Ya veremos cuánto dura el sueño porque el volar de gorriones y las curvas que está trazando la liebre que huye nos previenen de la presencia que se acerca. Ya están ahí con sus pequeñas hachas de podar. La poda incrementa el rendimiento, alarga el buen camino que sigue el sentido común de lo natural. Las ramas, los despojos inútiles, se queman, no se puede almacenar lo inservible. Podad bien, leñadores, si lo hacéis mal, acortáis la vida sana que se esconde en el nogal, en el olivo.

Y el guía de estos hombres pasará la tarde aconsejando.

-Vamos a la tarea, amigos. Podemos las ramas que por sus años no pueden dar frutos. Podemos el olivo para comer su creación de paz. Podemos el nogal y nuestros cerebros se renovarán con sabia reciente. Podemos el castaño y que el fuego que asa su fruto purifique y renueve el árbol. Podemos y quememos con la mente la vida descerebrada, los ramilletes que estorban y entorpecen la existencia. Podemos hasta enlucir lo que tenían apagado y marchito.

Dejamos a los podadores, nos despedimos de los doctos lagartos, las aves sortean los aires, ágiles, espantadas por el rumor del corte plateado del hacha. Podemos y limpiemos el bosque.

                                                                                       Ubaldo   Fernández.

                                                                              Diciembre, 2014.

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