Una sonrisa ambigua.

Miró, como si fuese una despedida, la puerta que se cerraba y escuchó, como truenos de eléctrica tormenta, las cuatro vueltas de llave con las que su hija aseguraba su casa hasta el regreso.  Con el pie derecho en el primer peldaño de la pequeña elevación hacia la puerta principal del hospital, subió lentamente. ¡Entrar con la buena suerte, con la suerte por delante!, era el deseo del que llevaba ya un tiempo con los achaques, algunos de ellos serios, que le ofrecía la carga de una larga edad. Ante estas situaciones y viendo que la carrera divisa cada vez más cerca la meta, ante esto siempre aparece la suerte como consuelo. Algo arbitrario y caprichoso, pues los dioses muchas veces dan pañuelo al que no tiene nariz. En este caso, la buena estrella dio la espalda al que empezó a subir con el pie derecho: nada más tumbarse en una pequeña cama de colcha blanca y con una fila de letras azules que nos mostraban el nombre del hospital, nada más empezar a descansar el corazón hizo huelga de latidos y le llevó, entre niebla y escarcha, a un sueño distinto. No fue la suerte, fue el destino, el que nunca falla, el inevitable e ineludible, al que temen hasta los mismos dioses.

La tarde anterior, tranquilo y sentado en un sillón tapizado de rojo terciopelo, miraba atentamente a un nieto de mediana edad. Como si alguien sin voz le hubiese susurrado algo, buscó la mirada del nieto y, con una seguridad convincente a la que acompañaba una sonrisa ambigua para quitar hierro a la angustia, le comentó:

-Hijo, no te engañes, la vida es una mentira.

El que escuchó esta afirmación no tuvo palabras para responder. Con la sangre helada apenas tuvo fuerzas para hacer una afirmación con la cabeza embotada. ¡La vida es una mentira!, me dice este hombre que sabe más que yo de ella. Una mentira o un sueño que, en el fondo, es lo mismo, se habla para sus adentros el nieto de mediana edad.

Después de cuarenta y ocho largas horas de flores y de rezos, un cajón de pino negro se acomoda en un coche silencioso, oscuro, lento… Corto es el trozo de camino que falta para llegar al dormitorio y completar el puzle con esta última pieza. El nieto mira hacia atrás observando las huellas efímeras que dejan las ruedas sobre la arenilla del camino. Dentro de poco, dentro de nada, no habrá huellas…, algún recuerdo se desprenderá de nuestra memoria. ¡La vida es una mentira! o, lo que es igual, nos han robado, no sabemos quién, el aliento, el consuelo, en la vida y, ahora lo veo claro, también en la muerte. Ahogado con estos zumbidos en la cabeza, el de mediana edad deja en el suelo, cerca del cajón de pino negro, un ramillete de flores de plástico, de mentira…

Allá espera la puerta, taladrada con cuatro vueltas de llave, al que la miró por última vez, pero, ella no lo sabe, aquellos ojos se perdieron en la oscuridad de un cajón de pino negro, madera de mentira…

                                                          Ubaldo Fernández.

                                                          08 de julio 2021.

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