Canciones endulzadas

Cuando el cuaderno de colores -la vida es una sucesión de cuadernos- se acerca, florero de escarcha y nieve, al filo de la hoja trescientas sesenta y cinco, se encuentra con nuestra mirada de escaso sol y de estrellas tempranas y tardías, ella se confiesa con el tiempo del fugaz viaje antes de que, sin saber cómo, de nuevo nieve y escarcha, un cuaderno que huele a imprenta salga a nuestro encuentro con sus líneas paralelas que esperan soportar la carga de nuestra escritura de carne y hueso, de física y química.

Cuando el cuaderno de colores está ahí, desafiante y provocativo, es la hora del silencio, recoleta y a oscuras, hora que gira nuestra cabeza por encima del hombro hasta el límite del dolor. Es el tiempo del reproche al río que serpenteaba desde el alto perfume de matorrales y enanas florecillas, hilo húmedo que ya pasó, aunque siga pasando, agua pasada que no mueve molino. Es entonces, siempre la misma canción, cuando, entre candilejas y humo, aparece la figura seria, malhumorada y de pocos amigos, de un alemán cargado de un montón de cuadernos empolvados de los que caen, con intención o sin ella, un par de líneas paralelas: “es de necios rechazar una buena hora presente o estropearla a propósito a causa de pérdidas pasadas o de temores futuros”. La caligrafía, el color de la tinta, la manera de recriminarnos…, no tiene misterio: la sonrisa sardónica se dibuja en los labios de Schopenhauer que permanece sin movimiento como una estatua de sal que nos castiga esta vez por no mirar hacia atrás…, nada más lejos de aquello que cuentan de la mujer de Lot o de Orfeo, el de la música que amansaba.

Tal vez hasta lleve razón este hombre de pocos amigos,  porque el presente es difícil de disfrutar como presente. Los momentos se nos escapan como “el agua en una canastilla”, que decía nuestro paisano Ortega y Gasset, huyen hacia el pretérito con ayuda de la memoria o ansían lo que vendrá enredándose en la imaginación. Y es que lo que ya pasó tiene peso y ocupa demasiado espacio en nuestro interior, pero no se queda atrás la influencia de lo que deseamos que ocurra y, no olvidemos, en nuestros deseos está verdaderamente nuestra personalidad, nuestro sello. El presente ahí, de plantón, en un terreno de nadie…, fluyendo, de nuevo el riachuelo escapándose, de nuevo el agua entre los dedos. Claro que si lo que fue ya no es, lo que será todavía no es y lo que es alimenta la fugacidad…, parece como si no viviésemos realmente. Quizá por esto la vida sea tan breve y no la podemos vivir al estar siempre en espera desesperada adelantando el reloj más de la cuenta. Si es así, si esta es la trampa mentirosa, sentiremos que vivimos pero pensaremos que no es verdad nuestra existencia. Habrá que cambiar de canastilla para que no se nos escape el agua.

El eco de la amargura del fantasma de Schopenhauer nos toca de lleno: vivir el presente como única posibilidad de ser felices. Ya salió a nuestro camino, no se ha hecho esperar mucho, la quimera de todo ser humano y, supongo, de todo ser vivo: correr y dar alcance a la felicidad, ser felices y saber que lo somos, pues, de lo contrario, estamos soñando y no lo sabemos. Ser felices y saber que lo somos. Esto es lo difícil y, por eso, la diosa felicidad, si es que se encuentra en el Olimpo, ha ocupado muy pocas páginas del cuaderno que se acaba o tal vez no ha aparecido su nombre en ninguna de las líneas paralelas. Lo mismo es una imposibilidad que necesitamos para seguir respirando o es lo que nos mantiene en pie nada más levantarnos cada día.

Antes que el siguiente cuaderno de líneas que nunca se encuentran se abra sobre la tabla blanca de la mesa que soportará tantos días y tantas noches, antes de ello, antes de que sea tarde, con mimo y muy despacio para no dañar, cerremos el cuaderno cuya última hoja roza ya el final azul como azul era el comienzo de esta cuenta de hojas. La confesión ya se hizo. Pasado, presente y futuro jugaron su papel sobre papel y cada uno de nosotros sabrá quién fue el victorioso con corona de laurel. Mientras la tapa de cielo azul cierra y besa con delicadeza a la última compañera en el mismo instante en que las grapas están hiriendo las entrañas del que trae otras esperanzas y prometedoras páginas en blanco. En este aparente intervalo de tiempo, entre canciones endulzadas, juguemos a ser felices aunque no nos demos cuenta.

                                                                                 Ubaldo  Fernández.

                                                                                 Diciembre, 2015.

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